Cuba: entre el «socialismo burocrático» y el capitalismo autoritario
Quienes entendemos los fenómenos sociales como procesos dinámicos y cambiantes en los que en ocasiones se avanza y en otras se retrocede, tratamos de encontrar las contradicciones internas cuya solución se convierte en fuerza motriz del desarrollo.
Con la imposición del «socialismo» como sistema socioeconómico y político en la atrasada Rusia imperial, gran parte de los pensadores marxistas y casi todos los que siguieron al leninismo como la nueva «palabra sagrada», insistían en que la contradicción fundamental de la época era la existente entre el sistema capitalista, que en teoría se batía en retirada, y el sistema socialista que ―supuestamente― abría todas las posibilidades al progreso económico y social y a la libertad. Sin embargo, la realidad es terca y, por demás, diferente por completo a dicho postulado.
La supuesta contradicción entre capitalismo y socialismo
El capitalismo demostró gran capacidad de adaptación a las nuevas condiciones objetivas y se ha transformado al paso del tiempo y debido a las presiones y exigencias generadas por diversos movimientos populares. Las conquistas sociales logradas a lo largo de más de doscientos años desde la difusión de la Revolución Industrial, han sido resultado de las luchas de los trabajadores, que se tradujeron en la aparición del socialismo como alternativa política y económica al sistema de dominación del capital.
A menudo se insiste en las posibilidades del sistema para generar bienestar y sí, ello ha sido cierto para las economías desarrolladas y para aquellas que lograron progresar por la vía capitalista partiendo del subdesarrollo (los llamados «Tigres asiáticos», por ejemplo), e incluso puede verificarse ―aunque con oscilaciones― en algunas economías emergentes; no obstante, está muy lejos de constituir una realidad para la inmensa mayoría de países subdesarrollados, por lo que tampoco puede concluirse que el progreso y el bienestar sean resultados axiomáticos del capitalismo como sistema. Testimonio de esto último radica en el inmenso atraso y la insultante pobreza persistentes en la mayor parte de países del llamado Tercer Mundo.
El denominado «socialismo real», que es el único al que podemos referirnos a partir de la praxis, se hundió como sistema internacional por su incapacidad para transformarse en función de las necesidades de sus respectivas sociedades y de los imperativos de los tiempos. Cuando se hizo insostenible el modelo de economía centralmente dirigida y el sistema político totalitario mostró las fracturas causadas por la pérdida de legitimidad de los partidos comunistas en el poder, el sistema implosionó en la mayor parte de ellos. Lejos de producirse la transición al socialismo, ocurrió el proceso inverso que condujo a la restauración del capitalismo en diversos niveles de desarrollo.
Los países que lograron insertarse en el esquema europeo de integración, no solo han progresado económicamente, sino que han logrado establecer sistemas políticos democráticos con instituciones inclusivas (aunque en algunos de ellos se han consolidado fuerzas iliberales, como en los casos de Hungría y más recientemente Eslovaquia).
En la mayor parte de los estados sucesores de la Unión Soviética ―excepto las repúblicas bálticas, que se incorporaron a la Unión Europea― la historia ha sido diferente. Allí el totalitarismo comunista dio paso rápidamente a un totalitarismo nacionalista, gobernado por clanes oligárquicos formados por los antiguos grupos de poder vinculados al régimen comunista precedente. En todos ellos el capitalismo se ha convertido en el modelo de acumulación dominante.
Mientras en unos casos se adoptó un capitalismo liberal y democrático con instituciones predominantemente inclusivas, siguiendo el modelo europeo; en otros emergió un capitalismo autoritario, con instituciones extractivas. No es casual que el progreso económico haya sido más efectivo en los primeros que en los segundos.
El derrumbe del sistema socialista en Europa del Este dejó como sobrevivientes a China, Vietnam, Corea del Norte, Laos y Cuba. En cada uno de estos países, y por disímiles razones, existen panoramas muy diferentes.
China y Vietnam han progresado económicamente y mejorado el bienestar material de sus respectivas sociedades, debido a profundas reformas económicas que desmontaron los sistemas de administración centralizada, permitieron la apertura de espacios significativos para el funcionamiento del mercado y transformaron notablemente las relaciones de propiedad, lo que facilitó el surgimiento de pujantes sectores privados. Algo parecido ha hecho Laos, con resultados mucho más modestos y un nivel de desarrollo inferior.
Cuba y Corea del Norte, por su parte, aunque de forma diferente, han mantenido la rigidez propia de economías centralmente dirigidas y de regímenes dogmáticos, en los que se ha preferido evitar espacios de libertades económicas que pudieran conducir a la erosión de un poder político omnímodo. En ambos casos, aunque por razones diferentes que no serán analizadas en este texto, se ha profundizado el subdesarrollo y se ha acelerado el empobrecimiento de sus respectivas sociedades.
Sin embargo, en todos ellos ―hayan progresado económicamente o no―, el denominador común radica en la existencia de sistemas políticos totalitarios en los que, lejos de garantizarse las libertades civiles, estas son cercenadas, incluso a pesar de que estén reconocidas por las respectivas constituciones. En todos estos escenarios se refuerza el poder de una autocracia unipersonal o de grupos oligárquicos que reproducen instituciones extractivas de mayor o menor calado.
El «socialismo real» no pudo superar al capitalismo como sistema económico ni a la democracia liberal como sistema político. No fue capaz de lograr la realización de las relaciones socialistas de producción basadas en el predominio de la propiedad verdaderamente social sobre los medios de producción; tampoco consiguió el desarrollo libre de las potencialidades de toda la sociedad en un clima de cooperación y ayuda mutua entre productores libremente asociados.
Además, tampoco se ha podido demostrar que estas formas colectivas de propiedad resulten más eficaces desde los puntos de vista económico y social. La imposición de la estatización y/o colectivización de los medios de producción desde los centros de poder en sociedades en las que no se había desarrollado plenamente el capitalismo, deformó por completo a un sistema que solo se ha sostenido mediante el uso de la fuerza, la exclusión y la criminalización del disenso, lo que lejos de constituir regímenes progresistas los han convertido en profundamente reaccionarios.
Por las razones antes expuestas, y con independencia de que los partidos comunistas que tomaron el poder definieron a sus países respectivos como «socialistas» o en «transición al socialismo», este sistema no llegó a realizarse en la práctica.
La propiedad social sobre los medios de producción no ha sido una realidad, toda vez que no fue el resultado de una «asociación libre de productores», sino impuesta bajo la forma de propiedad estatal, en ausencia de democracia política, por lo que la sociedad nunca ha estado en capacidad de ejercer el control sobre la gestión de esa supuesta propiedad colectiva ni de hacer valer su condición de propietaria. No es suficiente decretar que la propiedad estatal asuma la forma de «propiedad de todo el pueblo». Ello solo resulta una formalidad carente de contenido real.
Como quiera que el socialismo no se ha realizado en la práctica y que los sistemas que han usurpado este título se desmoronaron a fines del siglo XX, la contradicción entre el capitalismo y el socialismo pierde todo sentido en la época contemporánea. Ni siquiera se trata de una contradicción real. No es en ella donde se dirimen los problemas fundamentales de nuestro tiempo.
El capitalismo predomina hoy no solo en las relaciones económicas internacionales, sino incluso en países como China y Vietnam, que han adoptado un modelo capitalista de acumulación regido por Estados supuestamente socialistas, en alianza con capitales nacionales e incluso foráneos, en una especie de economías corporativas.
En el caso de Cuba, el «socialismo» se impuso por decreto tras una revolución armada que llevó al poder a un movimiento revolucionario que, si bien realizó muchas transformaciones sociales, abandonó desde el inicio su compromiso democrático con la sociedad, y no solo no restauró las libertades prometidas, sino que introdujo restricciones adicionales y amplió las razones para adoptar mecanismos represivos de toda índole. Al igual que en los otros países, la supuesta propiedad de todo el pueblo es asumida en la Isla como el coto privado de la burocracia estatal y lo que podría considerarse un «complejo militar-mercantil».
Desde los inicios del régimen soviético, la destacada revolucionaria germano-polaca Rosa Luxemburgo lanzó una dura advertencia sobre lo que podría resultar del régimen impuesto por Lenin y los dirigentes bolcheviques. En su libro La Revolución Rusa, publicado póstumamente, afirma sin ambages:
«Pero Lenin está completamente equivocado en lo que respecta a los medios que emplea. Los decretos, la fuerza dictatorial del supervisor de la fábrica, las penas draconianas, el gobierno mediante el terror: todas esas cosas no son más que paliativos. El único camino pasa por la escuela de la vida pública, por la democracia y la opinión pública más amplias e ilimitadas. La causa de la desmoralización se halla en el gobierno del terror».
Más adelante vaticina que «con la represión de la vida política en el conjunto del país, la vida de los soviets también se deteriorará cada vez más. Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y de reunión, sin un debate libre, la vida muere en toda institución pública, se convierte en una mera apariencia de vida, y solo la burocracia permanece como elemento activo… En realidad, no dirigen esas docenas de líderes, sino que lo hacen unos cuantos cabecillas, y de vez en cuando se invita a una élite de la clase obrera a las reuniones, para que aplaudan los discursos de los dirigentes y aprueben unánimemente las mociones propuestas. En el fondo, pues, se trata de un asunto de camarillas. Es una dictadura, pero no la dictadura del proletariado, sino la de un puñado de políticos, es decir, una dictadura en el sentido burgués, en el sentido de los jacobinos».
Esas palabras describen con exactitud meridiana la realidad actual de Cuba y también caracterizan al «socialismo realmente existente».
El inexistente socialismo cubano
En el caso específico de Cuba, no estamos ante una disyuntiva entre socialismo y capitalismo. El socialismo no existe, y en su defecto se marcha a pasos agigantados hacia un capitalismo autoritario y burocrático. A falta de un proceso de acumulación doméstica de capital ―resultado de ciclos productivos virtuosos basados en el mercado―, esta se produce a partir de la captación de plusvalores generados fuera del país y a través de la depauperación sistemática de la clase trabajadora cubana, cuyos ingresos ―como ha alertado Pedro Monreal en varias oportunidades― se reducen sistemáticamente como proporción del producto interior bruto (PIB).
Teniendo en cuenta las cifras ofrecidas por el Anuario Estadístico de Cuba de 2023, la participación de los salarios de todos los trabajadores ocupados en la economía nacional en el PIB, ha pasado de 46,8% en 2019 a 27,6% en 2023. Si tomamos en cuenta que aquí no se ajustan los salarios por inflación, nos encontramos ante la terrible realidad de un deterioro del ingreso real de la mayor parte de la sociedad cubana, privada de asegurar sus necesidades básicas con los ingresos obtenidos por el trabajo.
En Cuba no se han producido privatizaciones formales, pero desde hace muchos años existen empresas registradas en el exterior como si fueran privadas a nombre de determinados individuos, supuestamente para burlar los efectos de las sanciones económicas de los sucesivos gobiernos estadounidenses.
Bajo tal argumento, ese entramado empresarial, construido realmente con recursos de todo el pueblo, se encuentra jurídicamente en manos privadas y por fuera de la auditoría de la sociedad. Esto es a lo que he denominado «complejo militar-mercantil» ―para diferenciarlo del «complejo militar-industrial» que apareció en países desarrollados en la segunda postguerra―, por sus orígenes en la actividad empresarial relacionada con las fuerzas armadas. Bajo dichas condiciones se ha abierto paso un capitalismo autoritario con un modelo de acumulación esencialmente rentista.
Mientras tanto, el hundimiento de la economía en su profunda crisis estructural está conduciendo a la implosión de los servicios sociales que caracterizaban al «socialismo» insular.
La salud pública puede continuar siendo formalmente gratuita, pero de poco sirve si no es posible acceder a los medicamentos o procedimientos médicos necesarios en condiciones normales; si unos y otros están mediados por prácticas mercantiles ilegales pero que son a las únicas que es posible acceder; si en los hospitales y centros de salud no existen las condiciones básicas para cumplir con sus labores esenciales; si se mantiene la sangría de profesionales de la salud; pero también ―y esto no es menos importante―, si se deterioran los niveles de alimentación de la población hasta afectar su resistencia frente a enfermedades de diversa índole. La «mercantilización» informal de la salud pública cubana es ya una realidad palpable y propia de un capitalismo anárquico, con escaso nivel de regulación institucional.
La educación está sufriendo asimismo los embates de la crisis económica, ante el déficit pronunciado de profesores y maestros; la escasez de materiales básicos e insumos necesarios; el deterioro de las escuelas y centros de educación superior y tecnológica y de la infraestructura educativa en general; así como las dificultades de acceso libre a la información científica, entre varios problemas. A ello se suma la insuficiente alimentación de los niños y adolescentes en medio de la grave situación nacional. Las insuficiencias del sistema educativo han llevado a aquellas familias que pueden pagar «repasadores», e incluso maestros, para el refuerzo de los conocimientos que sus hijos no están adquiriendo en las escuelas; lo que en el fondo resulta una especie de privatización enmascarada de los servicios educativos básicos.
De acuerdo con los Índices de Desarrollo Humano publicados por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Cuba ha descendido del lugar 67 entre 188 países en 2015, al 85 entre 193 en 2023-2024. La esperanza de vida al nacer disminuyó de 79,4 años a 78,2, y la media de escolaridad de la población mayor de veinticinco años descendió de 11,5 años a 10,5 años.
Las pensiones de jubilación en Cuba no se han ajustado frente al costo real de la vida, como sí ocurre ―al igual que con los salarios mínimos― en algunos países democráticos, incluso en América Latina. En consecuencia, la población más anciana, que lleva más de dos décadas pensionada, se encuentra en condiciones de pobreza crítica en término de ingresos, debido a que están lejos de asegurar condiciones mínimas de sobrevivencia, lo que constituye uno de los más graves problemas sociales del país, sin que el gobierno haya adoptado medidas efectivas para protegerles. Esta situación es especialmente grave en el caso de quienes no pueden recibir ayudas desde el exterior.
Mientras la política inversionista se desentiende de los principales servicios sociales, se continúa priorizando recursos para la construcción de hoteles y el sector inmobiliario, a pesar de las bajísimas tasas de ocupación hotelera. Esto, más que un error de política económica, podría ser considerado un delito contra la economía nacional, ya que esas decisiones económicas afectan negativamente el nivel de vida general.
Por otra parte, en medio de la gravísima crisis económica que ha llevado a la mayor parte de la población a vivir en precariedad, aumentan la frecuencia y magnitud de los delitos comunes, ya que las fuerzas del orden parecen incapaces de contenerlos pues encauzan toda su efectividad a la represión del disenso político. Los robos a viviendas, asaltos a transeúntes y asesinatos, ofrecen un panorama de inseguridad ciudadana nunca visto en los últimos sesenta y seis años.
En tales circunstancias, estamos asistiendo a una retirada del Estado cubano en sus compromisos con la sociedad, en una especie de «sálvese quien pueda» típico de los más burdos regímenes neoliberales. Tras el discurso de «salvar la Revolución y el Socialismo» ― que solo quedan en el imaginario social como categorías vacías de contenido― la burocracia, incompetente para sacar al país de la crisis, solo atina a preservar sus intereses de clase. Para ello se aferra entonces a perpetuar el sistema totalitario, que puede funcionar también en un capitalismo autocrático, autoritario y rentista, existente ya en muchísimos países subdesarrollados, tanto en África, en Asia como en América Latina.
Coda inconclusa
La sociedad cubana actual no se enfrenta a la disyuntiva entre capitalismo y socialismo. Esa ya quedó resuelta a favor del capitalismo, porque ha sido el sistema que se impuso. En realidad, nos enfrentamos a una disyuntiva más grave: nuestra existencia como Nación independiente o perpetuar la inmensa y creciente dependencia externa a que nos ha sometido la inviabilidad actual de la economía y la depauperación y precarización generalizadas de la vida social.
Para reconstruir nuestro país y recuperar su viabilidad económica y social, necesitamos construir una sociedad democrática, basada en el respeto y la protección a las libertades civiles, que sea capaz de estimular el emprendimiento y la productividad, con un Estado desarrollista que sea garante de leyes justas y asuma las responsabilidades de su contrato con la sociedad, así como un gobierno elegido democráticamente que le sirva a esta, y no a la inversa.
El futuro de la Nación cubana no puede estar supeditado a los intereses de su burocracia, ni siquiera a los intereses de un partido político, incluso en el poco probable escenario de que todos sus miembros tuvieran una comunidad de intereses. Es necesario que los ciudadanos cubanos también llenemos de contenido el axioma de José Martí a construir una República «con todos y para el bien de todos».
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.