El rayo que no cesa: epílogo inacabado de las mujeres de la Revolución del Treinta en Cuba (I)

Ante una tumba en el cementerio de Colón, amigos y familiares despiden a un ser querido en 1988. No hay multitudes ni representantes del gobierno, parecería el entierro de una persona común; sin embargo, se trataba de Sarah del Llano y Clavijo, la última y única sobreviviente en Cuba de las mujeres del Grupo de las cuatro, representante de aquella generación heroica de los años treinta que, entre dinamita y atentados, parió la mayor apertura democrática del continente en la época.

Casi en el anonimato se había ido también Calixta Guiteras Holmes, considerada en México una importantísima etnógrafa, pero que en los años de la lucha antimachadista en Cuba asaltara fortalezas militares armada de una ametralladora.

En 2004, en Tampa, falleció Clara (Lulú) Luz Durán, la más pequeña de estatura y la más longeva de aquellas cuatro féminas que resistieron en Cuba hasta la caída del tirano. La que con un puñetazo en la mesa del salón de los Espejos del Palacio Presidencial, concluyó veinte horas de debate y prácticamente forzó a Grau a aceptar la presidencia tras la disolución de la Pentarquía.

Todos esos días llovió, al igual que había ocurrido el 30 de septiembre y el 3 de diciembre de 1930, cuando una fina llovizna diluyó en nuestra tierra ―cual ofrenda a la revolución que nacía― la sangre de aquella joven generación.

El hilo de Ariadna

Desentrañar décadas de olvido es una tarea tortuosa y paciente. Hay temas complejos, a la vez que importantes, que interpelan el carácter del historiador y no deben ser tomados a la ligera, ni transigir por falta de fuentes referenciales. Este artículo, a medio camino entre la investigación histórica y la crónica literaria, tendrá que estar necesariamente incompleto.

Para devolverles la voz arrebatada a aquellas heroínas, hay que correr ciertos riesgos. El primero es la selección, que obedece no solo a la importancia de las mujeres reseñadas, sino a la información de que disponen los autores. Segundo, el análisis no estará exento de lagunas y cuestionamientos, mas estos podrán ser de utilidad para otros investigadores.

Debido a la extensión de las reseñas, ellas serán abordadas en diferentes textos. El objeto de atención estará centrado en las siguientes mujeres: Sarah del Llano Clavijo, Clara (Lulú) Luz Durán Guerrero, Ángela (Miniña) Rodríguez Llano, Flora Díaz Parrado, Silvia Shelton, Zoila Mulet Proenza, Calixta Guiteras Holmes, Delia Echevarría, e Inés (Nena) Segura Bustamante.

De izquierda a derecha: Cuco López, Lulú Durán, Sarah de Llano, Silvia Martell y Mongo Millar. Agachado, Laudelino González (cuñado después de Sarah pues se casó con una hermana de ella).

Todas fueron mujeres de carácter, pioneras en el continente en aspectos profesionales, dueñas del hogar y la familia, decisoras de su destino. Con voz propia, aunque en las páginas del Diario de la Marina aparecieran con el «de» que las vinculaba al esposo, tratamiento al que habían renunciado.

Entender a esta generación requiere asumir que para lograr democracia y pluralidad, los objetivos comunes debieron situarse por encima de sus diversas ideas políticas. El derecho del «otro» a seguir un camino diferente luego de conseguir los objetivos que en su momento los unieron, no debe empañar la historia anterior.

Una organización, de estudiantes en este caso, no será nunca homogénea. El haberlo comprendido, y convivir sin conflictos en prisiones, atentados y exilios, es aún hoy una lección que nos legaron. La propia estructura del DEU del 30, con su presidencia rotativa, es un ejemplo de respeto a la diferencia. Y su disolución, el 6 de noviembre de 1933, por entenderse que habían sido cumplidos los objetivos para los cuales los estudiantes los designaran, fue una gran muestra de democracia, pluralidad y respeto.

Concluida la Revolución del Treinta, aquellas muchachas elegantes ―que según Justo Carrillo podían lo mismo jugarse la vida que alternar en la más selecta reunión social―, tomarían caminos distintos ideológicamente hablando. A algunas incluso sería posible considerarlas oponentes políticas; sin embargo, en las memorias consultadas nunca ―y esta palabra es importante― modificaron los hechos vividos ni negaron los méritos de sus compañeras de lucha de otra época. 

¿Después de la violencia qué?

Ellas estuvieron cada día al borde de la muerte por alrededor de tres años. Su accionar fue noticia en rotativos de diferentes países como Listín Diario, de Dominicana; La Gaceta, de Tampa; La Nación y El Heraldo de Madrid, de España, entre otros. Gracias al interés que sus acciones despertaron en la prensa hispanoamericana es posible reconstruir hoy hechos significativos de sus vidas y recuperar parte de una historia olvidada.  

Mas, terminada la revolución, disuelto el DEU y «normalizado» el país ¿cómo enfrentar los avatares de la vida en su monótona realidad? ¿Cómo canalizaron la adrenalina que durante años se habían acostumbrado a sentir? ¿Qué hicieron para «resignarse» a dejar de ser noticia, centro de atención? Máxime cuando casi ninguna se dedicó a la carrera política, y solo una de las que serán objeto de investigación en estos análisis ocupará una posición de en ese ámbito décadas más tarde.

No existe un único patrón de respuesta, pues si bien la mayoría optó por la vida profesional y destacó en sus respectivos campos; otras, como Sarah del Llano, decidieron no regresar a la universidad.

Sarah

¿Demasiados recuerdos dolorosos? A Sarah precisamente fue dirigida la carta de despedida de Ángel Pío Álvarez; es ella la que acude a identificar el cuerpo mutilado y desfigurado de Floro Pérez. ¿Cuánto sufrimiento es capaz de esconder una fachada de dureza y valentía?

Su nieto Alberto afirma: «la vieja Sarita era el centro de la familia, la que disponía todo, la que planificaba todo (...) y abuelo solamente callaba y obedecía». Los lectores deben saber que «abuelo» era nada más y nada menos que Guillermo «Willy» Barrientos, uno de los hombres de acción más reputados de aquellos años convulsos. Siempre opositor, siempre clandestino, siempre yendo al exilio… Ese hombre todo valor, que dirigió atentados e intentos de magnicidios, que se le escapó entre las manos a la policía de Batista en los sucesos del Country Club, asumió como algo natural, y pese al machismo imperante, que Sarita era la voz del hogar.

En distintos artículos hemos resaltado que esta generación logró mantener, por lo general, sus relaciones afectivas por encima de posicionamientos políticos. Es importante señalar que cuando se produjo el desembarco de Playa Girón, entre los expedicionarios venían conocidos y familiares de estas mujeres. Uno de ellos era sobrino de Sarita, quien, al igual que su esposo, simpatizaba entonces con la Revolución; sin embargo, acudía sábado tras sábado a la cárcel a llevarle comida e interesarse por la salud del joven. Según la familia, el único problema era que Sarah, vehemente siempre, mientras duraba la visita intentaba convencerlo de que estaba errado.  «La comida más cara de mi vida», solía contar luego el muchacho. 

Sarah del Llano Clavijo (Foto: Archivo familiar de Alberto Barrientos)

Clara

Un caso similar en cierta medida al de Sarah del Llano, fue Clara Luz Durán. Posterior a 1934 su itinerario vital es difícil de reconstruir. La primera mención que hallamos fue en los registros de entrada a los Estados Unidos correspondientes a 1935. El 5 de mayo de ese año aparece mencionada en un listado de pasajeros que arriban a Florida. En nuestras pesquisas supimos que alrededor de 1937 a ella y su esposo Luis Antonio (Puyi) Barreras, les nace una hija. Según las tablas de los censos del 40 al 50 de la ciudad de Tampa, la niña fue nombrada Mary L. Barreras y aparece como nacida en la Florida. ¿Fue este viaje de 1935 una exploración o el asiento definitivo de Clara en Tampa?

Lo cierto es que no parece haber optado por la vida profesional, pues en los censos citados su ocupación es: «ama de casa». El 19 de diciembre de 1935 aparece mencionada en el Diario de la Marina como testigo en la causa judicial de Atarés, solo con su nombre, a pesar de que una semana antes el mismo rotativo se refiriera a ella como «Doctora». De cualquier manera, fue la última vez que la prensa cubana la menciona, hasta donde hemos podido constatar.

Hacia fines de los años treinta, Clara Luz y su esposo se establecen en Tampa, en el número 3801 N Arlington Ave, según el censo de 1945, y 3803 según el de 1950. En esta ciudad solicitó la ciudadanía norteamericana el 18 de junio de 1943.

Alrededor de 1942 Puyi Barreras se había enrolado como médico en el ejército norteamericano, por lo que se le consideró veterano de guerra. Gracias a ese dato, aportado por Alberto Barrientos, fue posible encontrar el destino final de Clara Luz Durán.

Hoy podemos decir que falleció ―de acuerdo al registro del Social Security Numerical Identification Files (1936-2007)― el 15 de octubre de 2004, en Tampa. Fue enterrada junto a su esposo ―muerto en 1987― en All Saints Mausoleum, New Orleans. El por qué fue sepultada en esa ciudad constituye para nosotros una incógnita. La foto siguiente, tomada de findagrave.com, corresponde a la lápida del matrimonio. ¿Podría aportar algún cubano de New Orleans más fotos de la tumba? Clara Luz Durán lo merece.

Ángela  

Un caso diferente es el de Ángela (Miniña) Rodríguez Llano, fundadora del Directorio Femenino Universitario, primera secretaria de actas del DEU ―único cargo fijo que tuvo la organización y que desempeñaron solo tres personas―, la muchacha que arengó a las masas en el patio de los Laureles aquel 3 de diciembre de 1930 antes de salir a manifestarse contra la dictadura machadista. Una de las portadoras de la inmensa bandera cubana con las que las mujeres bajaron entonces la escalinata de la Universidad de La Habana.

Inés Segura Bustamante, en su libro Cuba siglo XXI y la generación de 1930, explica que luego de la firma del manifiesto de febrero de 1931 Miniña regresa a Santa Clara, pues sus padres la fueron a recoger a la Capital y le impusieron el regreso a su provincia.

Casi un siglo después esto pudiera parecer cuestionable, pero es preciso recordar que los derechos que ganaron las mujeres más adelante no existían en 1931 ―incluso, el derecho al voto femenino se estipuló en 1934―, y menos en una ciudad como Santa Clara. ¿Qué pensarían sus padres al abrir la Bohemia del 7 de diciembre de 1930 y ver, en la página central, a su hija repartiendo manifiestos en la calle y desfilando a la cabeza de una manifestación?

A partir de este momento sabemos muy poco de Ángela. Su rastro se pierde hasta 1938, en que aparece como secretaria de propaganda del ejecutivo de Santa Clara en la preparación del Tercer Congreso Femenino ―celebrado entre el 21 y el 26 de abril de 1939. Estamos seguros de que se trata de ella porque el Diario de la Marina aclara: «miembro del Directorio Estudiantil de 1930». En esta nota la mencionan como Ángela Rodríguez de Garay. O sea, para entonces ya había contraído matrimonio, pero no ha sido posible dilucidar algo más.

En 1939 se crea en La Habana, por un grupo de intelectuales cubanos y borinqueños ―como Patria Tío y Camila Henríquez Ureña por los borinques―, el Comité Cubano pro Libertad de los Patriotas Puertorriqueños, al cual se integró la mayoría de los antiguos miembros del DEU. Dicha organización tuvo solo una sección fuera de la capital, la que encabezaba Ángela Rodríguez Llano en la ciudad de Santa Clara.

Luego de este momento, solo queda la aseveración de Inés Segura de que Miniña «murió en su primera juventud de causas no naturales».

En el artículo siguiente se abordarán casos totalmente distintos: tres de las participantes en la revolución cubana del Treinta que fueron multifacéticas profesionalmente, que brillaron en la diplomacia mundial y acapararon cintillos en la prensa francesa, norteamericana y española.

***

* Este texto ha sido escrito por Ernesto M. Cañellas Hernández y Aries M. Cañellas Cabrera.

Anterior
Anterior

Cuba, el cambio y nosotros. Coordenadas para un análisis

Siguiente
Siguiente

Gobierno cubano, excarcelaciones, autogoles…