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La inestabilidad cambiaria y el funcionamiento de los mercados en Cuba

En una economía como la cubana, que en las últimas décadas ha incrementado su dependencia a las importaciones debido a la grave crisis estructural de sus sectores productivos, la tasa de cambio constituye una variable crucial.

La tasa de cambio es el precio al que se obtienen divisas extranjeras con la moneda nacional y, como en cualquier mercado en las condiciones actuales, dicho precio depende de la oferta y la demanda. En consecuencia, cuando la demanda de divisas extranjeras supera a la oferta, su precio aumenta, y ello se expresa en una depreciación de la moneda nacional. Eso es lo que caracteriza a la economía cubana en general y al mercado cambiario en particular.  

La oferta de divisas extranjeras aumenta en un país cuando se incrementan sus exportaciones de bienes y servicios, crece el flujo de inversiones directas extranjeras y las remesas provenientes del exterior. Si sus necesidades de importación, la repatriación de utilidades de los inversionistas o los pagos del servicio de la deuda externa —que son las principales actividades por las que se demandan divisas— superan los ingresos en divisas del país, es lógico que el valor de la moneda nacional se deprecie frente a las foráneas.

En el caso cubano es importante mencionar, además, la demanda de divisas que genera la existencia de tiendas en las que para adquirir bienes es necesario pagarlos en monedas extranjeras en forma de depósitos bancarios a la vista; así como la que responde a la necesidad de las personas que emigran.

Tasas de cambio fijas versus tasas de cambio flotantes o flexibles

El sistema monetario internacional ha evolucionado históricamente desde tasas de cambio fijas al predominio de flotantes o flexibles. Por más de un siglo, desde principios del XIX en que Gran Bretaña comenzó a utilizar el patrón oro, hasta el fin del sistema de Bretton Woods en 1971, el valor de las monedas se establecía a partir de su paridad con el metal precioso. Así, los tipos de cambio eran fijos por un período de tiempo considerable, en dependencia del valor reconocido en ese metal que cada moneda tenía. Si se producía una modificación de los tipos de cambio era porque se modificaba el valor oro que el banco central o el tesoro del país reconocía para su moneda respectiva.

Los tipos de cambio fijos tienen la ventaja de que evitan el riesgo cambiario en los negocios internacionales, sin embargo, tienen la desventaja de que en condiciones de incertidumbre pierden rápidamente su asidero con la realidad. De hecho, mantener tipos de cambio fijos en condiciones de inestabilidad económica es un grave error, porque la economía del país que mantiene sus tipos de cambio fijos pierde la posibilidad de conectarse adecuadamente con la economía internacional a través de los precios relativos. Sobre todo, si los precios domésticos se establecen considerando un tipo de cambio fijo que ya no resulta real.

Por otra parte, los tipos flexibles tienen la ventaja de que —precios al fin— reflejan inmediatamente las condiciones del mercado, pero al mismo tiempo, si tales condiciones resultan volátiles, lo expresan con altos niveles de oscilaciones y, ciertamente, pueden ser objeto de presiones especulativas si determinados actores tuvieran peso suficiente para incidir en los mercados. Por esa razón, muchos bancos centrales establecen ciertas bandas de fluctuación, por fuera de las cuales actúan comprando o vendiendo divisas extranjeras —según sea el caso— para evitar que las fluctuaciones sean aprovechadas por especuladores en detrimento de la economía nacional.

A partir de los años setenta del siglo XX, la economía mundial enfrentó una serie de crisis que pusieron fin a la etapa de largo crecimiento económico entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el desmonte del sistema monetario de Bretton Woods en los setenta. Seguidamente ocurrieron las dos crisis petroleras (1973 y 1979-1980), la estanflación derivada de ellas en 1974-1975, la de la deuda externa a inicios de los ochenta y el derrumbe del sistema socialista mundial entre finales de esa misma década y principios de los noventa.

Conferencia de Bretton Woods, efectuada en 1944. (Foto: RTVE)

En medio de semejantes procesos habría sido muy difícil mantener los tipos de cambios fijos. Por esa razón, desde principios de los setenta, cuando Estados Unidos abandonó su compromiso de convertibilidad del dólar en oro a un precio fijo de 35 dólares (USD) la onza —con dos devaluaciones sucesivas en 1971 y 1973, y el abandono definitivo de la relación entre el oro y el dólar como patrones del sistema monetario internacional—; este se convirtió, de un sistema de cambio «oro-dólar» a uno basado exclusivamente en el dólar, una moneda que se ha devaluado sistemáticamente respecto al metal dorado, al punto de que, de 35 USD por onza que estableciera el sistema de Bretton Woods, el valor de mercado actual es —de acuerdo con Bloomberg— de 2.356,90 USD.

Los países socialistas no hicieron parte del acuerdo de Bretton Woods, y de hecho, Cuba, país originalmente firmante, cuya moneda era libremente convertible en divisas hasta 1960 en el mercado doméstico, abandonó el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en 1964 y decidió mantener, a lo largo de más de seis décadas, una convertibilidad ficticia entre el dólar y el peso cubano con una paridad oficial de uno por uno.

Aparentemente ello no tenía consecuencias muy graves, debido a que la mayor parte de su comercio exterior ocurría con países socialistas a partir de acuerdos interestatales bilaterales; sin embargo, sí afectaba sus relaciones con países con economías de mercado, cuyos tipos de cambio comenzaron a ser flexibles a partir de los años setenta.

No haber ajustado los tipos de cambio en el momento en el que se abandonaron los sistemas de cambios fijos fue un error de las autoridades cubanas entonces, no obstante, mucho más grave fue no hacerlo tras el derrumbe del sistema socialista mundial y la desintegración de la Unión Soviética, dada la consiguiente exposición en que quedó la economía de la isla en su necesidad de reinsertarse en una economía internacional de la que se había desvinculado.

El gobierno prefirió en los noventa —erróneamente en mi opinión—, apelar a la dualidad monetaria. Segmentó entonces los mercados, pero increíblemente, mantuvo el tipo de cambio fijo en la paridad que existía cuando se creó el peso cubano (CUP), en 1914. Con esa decisión, en realidad, se sobrevaloraba la moneda nacional, porque ciertamente no existían ya las condiciones que habían sugerido establecer un sistema monetario atado a una paridad entre la divisa estadounidense y la moneda cubana y, de hecho, no existían relaciones económicas entre los dos países debido a la ruptura y posterior embargo decretado por el gobierno norteño y sostenido hasta hoy.

La sobrevaloración de una moneda es fatal para una economía, sobre todo si se pretende promover las exportaciones de bienes y servicios. Si una moneda vale más de lo que debería valer, sus exportaciones se vuelven relativamente más caras y sus importaciones resultan relativa y artificialmente más baratas, lo que desestimula la producción nacional.

Ese problema, que arrastra la economía cubana desde 1959, se ha mantenido a lo largo de las décadas siguientes con efectos nocivos incrementados, hasta llegar a los tiempos actuales, en que ya la tasa de cambio oficial no es 1 USD ═ a 1 CUP, sino a 24 CUP; pero —en una multiplicación del absurdo en que se ha convertido la política cambiaria—, sin abandonar ese precio que no guarda asidero alguno con la realidad, han creado otra ficción paralela con ciertas transacciones de 120 CUP por USD, bajo condiciones que parecen recordar el sistema de la libreta de racionamiento y que en ningún caso significan tener en cuenta las circunstancias del mercado.

¿Es conveniente mantener un tipo de cambio fijo entre el dólar y el peso cubano?

La estabilidad cambiaria requiere de la estabilidad de la economía. Esta última requiere de condiciones tales como: un crecimiento adecuado y sostenido; el equilibrio macroeconómico, que implica —entre otras cosas— controlar el déficit fiscal, la deuda pública y la inflación; así como una sana posición financiera externa, expresada en el comportamiento adecuado de su balanza de pagos y un nivel saludable de sus reservas internacionales. Las características antes mencionadas no están presentes en la economía cubana actual.  

Adicionalmente, en los mercados resulta importante tener en cuenta los factores psicológicos, asociados a lo que el Premio Nobel de Economía, Robert Lucas, denominó «expectativas racionales», que son tenidas en cuenta por los actores económicos en el proceso de toma de decisiones.

Así las cosas, no se puede pretender que inversionistas foráneos van a invertir masivamente en un país en donde luego pueden tener dificultades para reconvertir sus pesos en la divisa en la que han invertido; o en un país que tiene serios problemas para cumplir sus compromisos financieros externos, o en un país en el que no existan garantías jurídicas suficientes en el caso de que se produzca un diferendo entre el inversionista y el Estado o una dependencia de este. De ahí la importancia de lo que en inglés se denomina «rule of law» y en español significa sencillamente «imperio de la ley», es decir la garantía que implica un sistema judicial independiente.

Estas realidades que afectan a la economía cubana le restan confiabilidad en los negocios internacionales, con un altísimo «riesgo‒país», lo que incluso endurece terriblemente las condiciones a través de las cuales se pueden gestionar créditos, en el caso de que se encuentre quién esté dispuesto a prestar. La calificadora de riesgos Moody’s conceptúa la deuda cubana como Ca, la penúltima peor de la escala, que significa que las obligaciones son «altamente especulativas y es probable que estén en incumplimiento, con pocas perspectivas de recuperación del principal y los intereses».

Ahora bien, si tenemos en cuenta las condiciones actuales de la economía cubana y entendemos que los mercados normales funcionan a través de la relación entre oferta y demanda, comprenderemos que muy difícilmente el peso cubano pueda mantener una tendencia diferente a la devaluación frente a las principales divisas extranjeras.

Si nos atenemos a la información oficial de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información de Cuba (ONEI) en su último anuario, el Gráfico 1 ofrece el valor en dólares de las exportaciones e importaciones de bienes y servicios entre 2018 y 2022. Como es sabido, las cifras de 2023 aún no están disponibles. Para convertir los valores en pesos cubanos a dólares, he utilizado la tasa de cambio oficial de un peso igual a un dólar entre 2018 y 2020, y de un dólar igual a 24 pesos en 2021 y 2022. Ambas son irreales, pero son las del registro oficial de las cuentas nacionales.

El gráfico demuestra claramente el deterioro de la posición económica externa de la economía cubana, que difícilmente pueda compensarse con la entrada de inversiones directas extranjeras y remesas.

Una vez más reitero que resulta inadmisible que la oficina de estadísticas del país no cumpla con su deber de ofrecer a la ciudadanía la información plena sobre el comportamiento de la economía doméstica. Si contáramos con los datos de la balanza de pagos internacionales, podríamos realizar análisis más precisos de la situación externa del país.

La realidad es que los años en los que la balanza de bienes y servicios ha resultado positiva, pero decreciente, expresan las limitaciones de la economía nacional de incrementar sus importaciones mucho más allá de las limitaciones que imponen las exportaciones, debido a su limitada capacidad de crédito. No obstante, la parálisis agravada que muestran los sectores productivos nacionales podría explicar el alto nivel del déficit observado en los años 2021 y 2022.

En esas condiciones, es muy difícil que la moneda nacional cubana pudiera mantener un tipo de cambio relativamente estable y mucho menos fijo. Insistir en esto último es un craso error de política económica. 

¿Qué razones explican la recuperación del peso cubano en los últimos días?

Desde el inicio de la mal llamada Tarea Ordenamiento, que agravó la ya difícil situación económica y social del país, el mercado informal de divisas cobró una dinámica propia, ante la incapacidad del sistema bancario y financiero nacional de operar un mercado formal transparente. Como resultado, el mercado informal se convirtió en el único referente del comportamiento del precio de las divisas y, en los casi tres años y medio transcurridos, el crecimiento del valor del dólar ha tenido un comportamiento casi exponencial.

Además de la negativa posición externa de la economía cubana, en el precio de las divisas extranjeras inciden factores adicionales, tales como: emisión de pesos cubanos sin respaldo suficiente en la oferta de bienes y servicios; estampida migratoria que adicionalmente ha producido una desvalorización de los activos inmobiliarios nacionales; persistencia de transacciones domésticas en divisas que restringen la soberanía del peso cubano; así como la demanda suplementaria de importaciones, generada por nuevos negocios enfocados en el comercio para suplir el desabastecimiento generalizado de los mercados domésticos ocasionado por la crisis del sector productivo.

No podría esperarse algo diferente a una depreciación sostenida de la moneda cubana y, en consecuencia, un deterioro violento de la capacidad adquisitiva de la población. Sin embargo, tal y como se observa en el Gráfico 2, en los últimos días se ha producido un cambio abrupto de la tendencia.

Comportamiento de los tipos de cambio del mercado informal del dólar y el euro y el valor del dólar en depósitos bancarios (MLC) en los últimos tres meses. (Fuente: El Toque)

No creo que este cambio se haya producido por un mejoramiento de las condiciones económicas del país, pues no existen indicios de que esto esté ocurriendo en el corto plazo, todo lo contrario, se mantiene la escasez generalizada de bienes, los precios de los bienes esenciales aumentan, se agudiza la crisis energética, la del transporte y del sector productivo en general.

Tampoco es resultado de una mayor confianza de los actores económicos en las posibilidades de la política económica actual para sacar al país de la crisis. Si algo ha caracterizado al gobierno es su incomprensión respecto a la necesidad de producir un viraje radical en la conducción de la economía, haciendo todo lo necesario para mejorar el bienestar de la sociedad.

A tenor con ello, ha sido incapaz de evitar la profundización de la crisis estructural que se padece desde hace décadas. Es decir, tampoco el país ofrece un adecuado clima para el desarrollo de los negocios que permita un cambio de sentido en su dinámica económica. No es con visitas a municipios y empresas, enarbolando las consignas de siempre, como se resuelve una crisis de la magnitud que enfrenta Cuba.

Ahora bien, en un mercado inestable como el cubano, en el que los precios —entre ellos las divisas— mantienen tendencia creciente, existe un límite que impone el mercado. En la economía real el infinito no existe. Ni es posible incrementar la producción de forma infinita, ni es posible que los precios aumenten infinitamente. Los precios pueden crecer mientras existan compradores que puedan o decidan pagarlos. Sin embargo, existen límites a los cuales los compradores ya no están dispuestos a pagar. Ese es el momento en el que los precios comienzan a bajar. Ocurre en mercados mucho más estables que el cubano, y muy probablemente eso es lo que esté ocurriendo en el caso de la Isla, unido al hecho de que la estampida migratoria se ha contenido debido a las restricciones impuestas por Estados Unidos, con deportaciones incluidas.

Por supuesto que el mercado de divisas requiere estabilidad, como lo requiere el mercado en general, pero esto solo será el resultado de que la economía supere la crisis actual y encauce una senda de crecimiento sostenido que se traduzca en mayor bienestar para la sociedad. Sin embargo, para lograrlo se necesitan profundos cambios institucionales y políticos que permitan remover el actual inmovilismo paralizante, que únicamente ha conseguido profundizar el subdesarrollo a partir de una cada vez mayor dependencia externa.