José Martí: ruptura y superación creadora

«Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento».(1) Esta frase marca un momento de ruptura en el pensamiento de José Martí y el posicionamiento en una senda propia dentro del movimiento revolucionario cubano, sin negar el legado heroico y la tradición revolucionaria, sino con el firme propósito de superar las apreciaciones erróneas y los métodos que lo lastraban. Persistir en aquellas y estos cuestionaban el futuro de la patria, al alejarse de las razones y los sentimientos de las grandes mayorías del país.

Ese momento estuvo precedido por su participación en varios intentos, en los que apoyó a quienes eran reconocidos como representantes de la tradición patriótica, la consecuente actuación a favor de la independencia, y la capacidad y disposición para dirigir una nueva contienda independentista.

El legado revolucionario

La Guerra de los Diez Años no alcanzó los propósitos iniciales, pero dejó a la posteridad la experiencia de un gobierno republicano regido, por primera vez en la historia cubana, por una Constitución que, por sobre sus defectos, hizo prevalecer la igualdad de todos los ciudadanos y el ascenso militar por méritos propios. Alcanzaron puestos cimeros los generales Máximo Gómez, dominicano, y Antonio Maceo, destacados no solo por su arrojo y valentía, sino por sus ideas patrióticas.

Al concluir la década heroica, en Nueva York se creó el Comité Revolucionario Cubano, encabezado por el general Calixto García e integrado por emigrados y antiguos combatientes. José Martí, poco después de su arribo a La Habana en agosto de 1878, tras largo exilio, se vinculó a los grupos conspirativos que respondían al llamado de la nueva agrupación, de la que llegó a ocupar el cargo de subdelegado. Descubierta la conspiración, fue hecho prisionero y deportado a España, desde donde de modo furtivo se trasladó a Nueva York, adonde llegó el 3 de enero de 1880. Acogido por los miembros del Comité, fue designado para el cargo de vocal. A fines de marzo, cuando el general García partió hacia Cuba, lo nombró presidente interino; pero en agosto el general se vio precisado a deponer las armas ante el enemigo, lo que marcó el final del intento.

Tras el fracaso de la Guerra Chiquita, Martí tuvo una breve estancia en Venezuela. Regresó a Nueva York con sus ideas enriquecidas por el estudio del pensamiento de Simón Bolívar y se vinculó al movimiento organizativo de sus compatriotas, que en 1882 emprendió sus actividades. El joven revolucionario redactó comunicaciones para los generales Antonio Maceo y Máximo Gómez, entre otros.

En noviembre de ese año, un grupo de prestigiosos revolucionarios creó el Comité Patriótico Organizador de la Emigración Cubana. Martí lo consideró prematuro, y errado el propósito llevar la guerra a Cuba mediante expediciones, sin esperar a la creación de condiciones dentro de la Isla; pero constituía una minoría ante quienes comenzaron las actividades acordadas, lo que no impidió su colaboración en tareas de propaganda. Las divisiones condujeron a la disolución de este grupo en mayo de 1883, y en su lugar surgió otro Comité Revolucionario Cubano, cuyo propósito era similar al anterior y sus resultados igualmente inefectivos.

Martí avizoró la posibilidad del triunfo de la concepción unitaria cuando el general Máximo Gómez aceptó la dirección de los trabajos conspirativos y dio a conocer, el 30 de marzo de 1884, el Programa Revolucionario de San Pedro Sula. Constituyó un paso de avance en las concepciones político-militares de la época, pero carecía de un proyecto que expusiera los objetivos finales de la contienda, y no mencionaba siquiera problemas sociales urgentes como la abolición de la esclavitud y los diversos intereses de las clases, grupos y estamentos convocados a prestar su apoyo.(2)

Esto no fue óbice para que se uniera al llamado de Gómez y Maceo, tras su llegada a los Estados Unidos. El 2 de octubre de 1884 se entrevistó por primera vez con ambos generales, y pocos días después fue designado presidente de la Asociación Cubana de Socorro, institución que bajo cubierta legal recaudaría fondos destinados al proyecto insurreccional. El día 10 fue motivo para una concentración de emigrados, ante quienes pronunció un discurso en conmemoración de la fecha patria.

José Martí y Máximo Gómez

Ruptura: superación creadora

No obstante, la divergencia de criterios afloró en la reunión sostenida con ambos veteranos el sábado 17 de octubre en la habitación del General en un hotel neoyorquino. Se hicieron patentes concepciones inaceptables sostenidas por este y por Maceo, por lo que Martí se marchó profundamente contrariado. El día 20 escribió a Gómez la carta en que expuso las causas por las que se separaba de los planes, y desistía de continuar los trabajos encomendados.

«Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento», expresó en su misiva, en la que denomina «inoportuno arranque de Vd.» a la forma autoritaria y áspera con que Gómez expresó no admitir sus opiniones sobre la labor a realizar en México y le ordenó subordinarse en todo a lo que decidiera Maceo, quien encabezaría la misión. Esto no constituyó lo más grave, evidente cuando «el Gral. Maceo […] quiso —¡locura mayor!— darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como una propiedad exclusiva de Vd., en la que nadie puede poner pensamiento ni obra sin cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos»—.

Y concluyó el párrafo, con una advertencia para todos los tiempos: «No: no por Dios!:—¡pretender sofocar el pensamiento, aun antes de verse, como se verán Vds. mañana, al frente de un pueblo entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la victoria? La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia». [OCEdC, t. 17, p. 385-386]

No prestaría su apoyo a una guerra que, por sus intenciones, sería «como una invasión despótica», que al triunfar traería aparejado «un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, embellecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo». [Ibid., pp. 386 y 385] Las prevenciones martianas estaban justificadas, tanto por las limitaciones del Plan de San Pedro Sula como por la actitud y proceder de sus gestores, cuyos métodos estrictamente militares permitían avizorar un futuro totalitario para su país.

Considero que Gómez y Maceo, en sus concepciones personales, no se proponían hacer la guerra «para enseñorearse después» sobre el pueblo cubano, como «caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón», [Ibid., p. 385] imagen que rememora los dictadores a quienes conoció en Guatemala y Venezuela. Ambos patriotas dieron muestras, en aquellos momentos y posteriormente, de no pretender asumir esta deleznable función.

Ante el peligro real para el futuro de su patria, Martí no dudó en arriesgar su prestigio en el intento de alertar a ambos generales sobre las consecuencias de los propósitos declarados en el Plan de San Pedro Sula, así como de la ausencia de fines que garantizaran «las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha» [Ibid., p. 385], de llamar «a una tentativa armada que no vaya pública, declarada, sincera y únicamente movida del propósito de poner a su remate en manos del país, agradecido de antemano a sus servidores, las libertades públicas». [Ibid., p. 386]

Estos eran principios esenciales de un proyecto revolucionario concebido para bien de los seres humanos que serían llamados a enfrentar la muerte para lograr la vida que merecían. Sin el disfrute de las libertades, de los derechos, de la dignidad, no existen ciudadanos, sino personas carentes de vida propia, víctimas del despotismo.

Como era previsible, la ruptura con la dirigencia revolucionaria llevaría al Apóstol a ser marginado de la actividad conspirativa. No obstante, mantuvo su posición ante quienes lo acusaron de cobardía, supuesta vanidad herida, aspiraciones de mando, temores o prevenciones contra los militares, inmadurez.(3) No sería hasta después de agosto de 1886 cuando el general Gómez dirigió una circular, «A los cubanos», donde reconocía lo infructuoso de los esfuerzos realizados durante casi dos años, que Martí se reincorporaría a la vida pública.

Para él, la prueba había sido larga y azarosa, pero fortaleció sus principios éticos y su estrategia política. El año 1887 marcó un momento decisivo en sus proyectos de unir a las emigraciones tras un proyecto de hondo sentido democrático y republicano, así como de preparar la revolución de liberación nacional de su país como parte de la necesidad de una segunda independencia de Nuestra América, en oposición a los planes imperiales de los Estados Unidos.

El discurso pronunciado con motivo del 10 de octubre de aquel año constituyó una declaración del proyecto revolucionario en ciernes, que comenzó a materializarse con la creación de la Comisión Ejecutiva, que presidiría. Fue al general Gómez a quien primero dirigió la comunicación donde daba cuenta de lo hecho y de las perspectivas de las labores iniciadas. En el último párrafo expresó: «Los hombres pueden errar, y los patriotas de buena fe pensar de distinto modo sobre los modos de preparar y conducir la guerra […] Séanos dado,—ahora que podemos fundar o destruir,—fundar». [OC, t. 1, p. 221-222] Con similar intención se convocó al general Antonio Maceo a participar en el nuevo proyecto. Ambos manifestaron la disposición de colaborar, aunque consideraban que debían mantenerse a la espera de nuevas informaciones sobre los pasos que se dieran.

General Antonio Maceo

Pocas semanas antes, Martí había escrito a José Dolores Poyo, uno de los más importantes dirigentes de la emigración. Por primera vez intentaba la aproximación a los cubanos radicados en la Florida: «jamás me he atrevido, en ocho años de incesantes inquietudes patrióticas, a solicitar comunicación con aquellos con quienes más la deseaba, con los ejemplares cubanos de Cayo Hueso». Era imprescindible ganar el apoyo de quienes no solo se proponían alcanzar la independencia, sino paralelamente las conquistas sociales. Argumentó: «no es ya como antes la guerra cubana una simple campaña militar en la que el valor ciego seguía a un jefe afamado, sino un complicadísimo problema político», cuya solución diera como resultado la libertad de la patria «en beneficio de los humildes, que son los que han sabido defenderla». [OC, t. 1, p. 211 y 212]  

Los intentos del Maestro y sus seguidores no dieron los resultados esperados, ante la división dentro del movimiento revolucionario. No obstante, a fines de la década de los ochenta, el prestigio y reconocimiento de las ideas y el quehacer patriótico martianos se habían hecho tangibles. Eran escasos los que aún ponían en duda su entrega, sin aspiración personal alguna, a las labores independentistas, su capacidad como organizador revolucionario y su admiración por los militares de las pasadas contiendas. Por otra parte, las crónicas para distintos periódicos del continente, leídas por dirigentes gremiales y obreros de las emigraciones, daban a conocer su posición favorable a las masas trabajadoras frente a la explotación despiadada del capital monopolista, así como su empeño a favor de los pueblos de nuestra América. Su labor en La Liga de Instrucción y sus manifestaciones contrarias a toda forma de discriminación ganaban el apoyo de quienes en el exilio y en Cuba eran marginados por el color de la piel. Además, sus dotes oratorias y su creación literaria ganaban merecidos elogios.

Estas condiciones propiciaron la recepción de su discurso en el acto conmemorativo del 10 de Octubre, pronunciado en Nueva York, con la masiva asistencia de emigrados cubanos, puertorriqueños y de otras nacionalidades. Marcó un momento decisivo en la nueva etapa: convocaba «a los cubanos de todas las condiciones y colores», llamaba a reconocer «el valor político del español amigo de la libertad» y a combatir «los vicios y las vergüenzas con que el español malo nos pudre»; convocaba a la tolerancia y a la más estrecha unidad: «¡nosotros no somos aquí más que el corazón de Cuba, en donde caben todos los cubanos!». [OC, t. 4, p. 261 y 264] 

Ya era posible convertir las fuerzas acumuladas en una agrupación poderosa de los patriotas de las emigraciones y, superando los errores anteriores, preparar la guerra necesaria: «¡Ni esperen, para tener noticias nuestras, aquellas infantiles organizaciones revolucionarias de antes, que fueron grandes en su día, y hoy, cubiertas por el espionaje, no serían más que semilleros para el cadalso!». [OC, t. 4, p. 263] Estaban creadas las condiciones para el surgimiento del Partido Revolucionario Cubano, capaz de organizar la guerra y desde su etapa preparatoria crear las bases de la futura república democrática, en la que debería prevalecer la justicia y ser respetados todos los derechos.

***

(1) José Martí: Obras Completas. Edición Crítica, Tomo 17, La Habana, 2010, p. 385. En lo adelante esta edición será citada con las siglas OCEdC, seguidas de tomo y página.

(2) Pedro Pablo Rodríguez y Ramón de Armas: «El inicio de una nueva etapa del movimiento patriótico de liberación nacional», cap. VII de Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales. 1868-1898, La Habana, 1996.

(3) Ver Jorge Ibarra: José Martí, dirigente político e ideólogo revolucionario, La Habana, 1980, pp. 60-76. 

Ibrahim Hidalgo Paz

Doctor en Ciencias Históricas. Investigador Titular.

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