Mahatma Gandhi, Martin Luther King y el ejercicio de los derechos cívicos en Cuba
Hay hombres y mujeres que por haber cumplido cabalmente su misión en la vida, han dejado huellas memorables en la historia de la humanidad. Esas voces se niegan a quedar calladas en los sepulcros, porque tienen mucho que enseñar a las personas acerca de su auténtica liberación. Según Mahatma Gandhi, «el silencio se convierte en cobardía cuando la ocasión exige decir toda la verdad y actuar en consecuencia». Gandhi, practicante de la no violencia, encontró en la resistencia pacífica una manera de proclamar su pensamiento y transformarlo en acciones concretas para la consecución de propósitos bien definidos.
¿Qué nos sucede a los cubanos con las palabras? ¿Habremos perdido el valor de manifestar lo que sentimos? ¿Dónde está nuestra capacidad para ejercer la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos? Es necesario hallar respuestas esclarecedoras acerca de nosotros mismos como ciudadanos y, sobre todo, es imprescindible ponerlas en práctica al servicio de la nación.
Hemos llegado al momento en que las personas revelan sus opiniones en cualquier lugar. En las redes sociales se pueden leer amplísimos alegatos sobre la compleja situación del país. También pueden escucharse testimonios escalofriantes en larguísimas colas para adquirir productos básicos. El problema es que se hace referencia a los males sin profundizar en las causas que los provocan.
Una matriz de opinión insertada con el objetivo de provocar desánimo es: «Para qué voy a hablar, si con eso no se va a resolver nada». Entonces, una vez sofocada la ira momentánea o comprado el alimento, regresa la inercia y el temor a enfrentar posibles represalias se posiciona en la mente individual hasta que otra dificultad aparezca; para quejarse y callar nuevamente, en un ciclo interminable de reclamos sin trascendencia.
Resultan comprensibles los temores. Por una parte, durante sesenta y tres años se ha instituido un modelo particular de socialismo como única alternativa, adjudicándole un mesianismo que desecha y condena otras opciones. Por la otra, dada la ausencia de liderazgos sistemáticos, la conciencia cívica no alcanza a levantarse con suficiente poder como para promover cambios sustanciales. Ante el riesgo de ser censurado, perseguido, enjuiciado o encarcelado; se opta por el silencio. Lo que Mahatma Gandhi consideraba una exigencia en determinada ocasión, queda ahora como una verdad dicha a medias, o sepultada por la repentina aparición de soluciones circunstanciales.
En primera instancia, es importante no quedarse en las ramas e ir a las raíces de los asuntos que nos competen como habitantes o defensores del país. Comprendamos que detrás de cada hecho, existen motivos que son los verdaderos promotores de la crisis. Una vez identificados, determinemos quiénes son los responsables directos e indirectos, para conocer hacia dónde dirigir nuestra atención. Solo al hacer esto se estará en condiciones de asumir posturas basadas en convicciones legítimas.
Cuando se llegue a este punto, no habrá fluctuación en el modo de conducirnos en la sociedad. Se alcanzará una coherencia entre lo que se siente, se piensa, se dice y se hace. He aquí la mejor fórmula para que nuestro andar sea creíble y para que, creyendo en nosotros mismos, seamos fuente de inspiración para los que buscan reconocerse más allá de la confusión que genera el desconocimiento.
«No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad con tomar de la taza de la amargura y del odio. Siempre tendremos que conducir nuestra lucha en el plano alto de la dignidad y disciplina». Lo anterior fue expresado por el reverendo Martin Luther King en su famoso discurso Yo tengo un sueño, pronunciado en el año 1963. Estamos en presencia de un notable líder cristiano del siglo XX, que se enfrentó a la segregación racial en los Estados Unidos.
Es paradójico que tanto él como Gandhi, promotores de la no violencia, terminaran asesinados por la implacable voluntad de la opresión. Pero en ambos casos, dejaron claro que se puede advertir una diferencia entre quien libera y quien oprime. El primero siempre concede la oportunidad para el discernimiento, mientras el segundo elimina toda posibilidad de diálogo.
Disentir acerca de los procesos que acontecen en Cuba no implica ofender verbalmente a los dirigentes del Gobierno y el Partido. En ningún caso es conveniente emplear frases vulgares como argumentos solitarios. Ese recurso es más propio de la impotencia que de la ideología o las opiniones políticas.
Sí es totalmente justo reclamar los derechos, pero es oportuno que ello se realice a partir de una concepción de civismo donde cada argumento destruya o desmienta la manipulación que se hace al respecto. La responsabilidad de que esto se logre, no puede corresponder a sujetos aislados, sino a patriotas interesados en el bien común de la nación. Por eso, todo lo que se diga y haga debe estudiarse minuciosamente.
Luther King y Gandhi tuvieron que vencer cuantiosos obstáculos para que se escucharan sus razones. La resistencia de ellos y la nuestra tiene en común haber enfrentado poderes que no ofrecieron concesiones fáciles. No obstante, si la firmeza de nuestro carácter refleja las aspiraciones de justicia, el oponente queda descolocado. Es en ese instante donde la acción no violenta debe establecerse hasta alcanzar la dignidad como altura máxima de principios humanos, como expresión suprema de libertad interior.
La resistencia no debe quedar como concepto inmutable. En el centro del dolor está Cuba, con lágrimas de los que a esta hora no saben qué hacer con sus vidas. Es cierto que resistir forma parte del ejercicio, pero el resultado final tiene que corresponder con la satisfacción del pueblo. Se extenderán a nuestro paso incomprensiones, desánimo e inseguridad. Sin embargo, aun cuando la noche se presente muy oscura, debemos continuar la obra sabiendo que, en algún momento de la historia, llegará el amanecer.
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Imagen principal: Blackbox.