La música en el lodazal político
Quien canta, sus males espanta.
Refrán popular
Estudiado y demostrado está el impacto que tiene la música en el ser humano. Durante siglos, las civilizaciones han cantado, de una forma u otra, para adorar a dioses, celebrar victorias o acompañar el dolor. La música, de manera innegable, supera a otras manifestaciones artísticas, aunque de manera general, todas adquieren plena relevancia en la educación, formación y toma de conciencia del individuo.
La música brinda al ser humano una poderosa herramienta para expresar sin temor su pensamiento. De esta manera los artistas pueden convertirse en la voz de sectores históricamente marginados o reprimidos, al hacer uso de su fama y reconocimiento social. Aunque existen creadores que prefieren desligar su obra del discurso político, una gran parte considera necesario usar sus plataformas para protestar ante las injusticas, exigir el respeto por los derechos humanos o el cuidado del medio ambiente.
La investigadora Laura Paniagua identifica diversos usos culturales de la música: como forma de risa cuando es usada para la fiesta; de oración en celebraciones; de lágrima o recuerdo cuando narra la memoria, el desamor, la denuncia o hazañas; y también de grito contra la discriminación.
Para la docente costarricense «la música tiene un lugar central en la discusión de posiciones, la revisión de los imaginarios, la recreación y el fortalecimiento de los discursos sociales. Posee además una fuerza para acompañar procesos de cambio y ser una herramienta política».
Varios académicos coinciden en que cuando las formas convencionales de participación política están cerradas o restringidas, las artes (esencialmente la música) pueden llegar a ser los únicos medios explícitos o implícitos de expresión política. Un buen ejemplo de ello lo encontramos a través del jazz durante la época de segregación racial en Estados Unidos.
El sociólogo ítalo-belga Marco Martiniello afirma que el uso político de la música se puede clasificar en: confrontativo, deliberativo y pragmático. Según el académico, el primero es el más frecuente y el menos deseado, ya que si bien brinda una imagen realista de las divisiones presentes en nuestras sociedades, también resulta contraproducente debido al temor que puede generar entre personas del mismo país.
Por su parte, el uso deliberativo puede ayudar a construir una identidad colectiva; en cuanto al uso pragmático, este contribuye a alcanzar determinadas metas políticas inmediatas apoyadas por el/la artista, tales como: derechos laborales o el papel de la mujer, entre otros.
Cuba es un país musical y esta no es una expresión meramente histórica o comercial. Cronistas como Bartolomé de las Casas o Álvar Núñez Cabeza de Vaca, describieron algunos de los instrumentos musicales hechos de madera, concha y huesos de animales usados por nuestros primeros habitantes.
De las personas trasladadas salvajemente a la Isla desde la madre África, nos llegaron otras influencias rítmicas que fueron readaptándose al estilo de vida criollo y marcaron nuestra definitiva fisonomía musical. Cantos, bailoteos y músicas, fueron y vinieron de Andalucía, América y África. «La Habana fue el centro donde se fundían todas con mayor calor y las más polícromas irisaciones», apuntaba el importante etnólogo Fernando Ortiz.
En la lucha por la independencia contra el colonialismo español, en la era republicana, durante la dictadura de Fulgencio Batista, bajo el mandato de Fidel Castro y hasta hoy, cada pasaje histórico-social de la nación cubana ha tenido una banda sonora diferente, un ritmo apegado a su realidad.
Después de 1959 la música fue utilizada más que nunca como complemento y/o herramienta en la vida política insular. De las contradicciones surgidas entre Estados Unidos y Cuba, nacieron grupos de compatriotas opuestos ideológicamente que, a ritmo de sones y guarachas, con claves y guitarras, empezaron a enfrentarse de manera pública.
El diferendo político-musical provocó que ambos gobiernos, en disímiles etapas, declararan como enemigos aquellos artistas que no apoyaban sus ideas. En ambos extremos se enterraron las carreras musicales de compositores e intérpretes y, al mismo tiempo, emergieron nuevos talentos que ―en la mayoría de los casos―, alcanzaron notoriedad al amparo del poder institucional.
En 1979, por ejemplo, de manera histórica se reunieron en La Habana músicos de ambos países en el recordado festival Havana Jam. Billy Joel, Weather Report, Stephen Stills, Rita Coolidge, Pablo Milanés, Irakere, Fania All- Stars, entre otros, compartieron durante tres noches en un mismo escenario frente a un público que solo pudo asistir por invitación.
Antes y después de la década de los noventa, en uno de los períodos más críticos de la economía de la Isla, algunos temas como Nuestro día (Ya viene llegando) o La Jinetera, en voz del músico Wifredo Willy Chirino, servirían de himno a miles de exiliados cubanos. También por aquellos años, el trovador Pedro Luis Ferrer sacaría a la luz canciones como La Habana está poblada de consignas o Él tiene delirio de amar varones, de una gran belleza poética pero finalmente censuradas por el gobierno.
La llegada del nuevo milenio estuvo marcada asimismo por linchamientos mediáticos, amenazas y cancelaciones contra músicos. Años después y a pesar de la designación de un nuevo presidente en Cuba —amante del arte y especialmente de la música, según sus propias palabras—, pocos errores del pasado revolucionario relacionados con la censura en medios de comunicación o las prohibiciones de entrada a la Isla, han sido revertidos.
Bajo la consigna Patria y Vida ―nacida de un tema musical― se señala como enemigo del exilio a todo aquel que se relacione con alguna institución cultural cubana; igualmente, dentro de la Isla, tanto la referida canción-himno como los que se identifican con ella, han sido reducidos desde los medios oficiales a la burla y al desprecio. Entretanto, se concibió una contra-respuesta (también musical) expresada en el tema Patria o Muerte por la Vida.
De manera abismal ―fundamentalmente a través de las redes sociales― crecen los discursos misóginos y homófobos, ofensas por el color de la piel y llamados a boicot. De ello se han encargado tanto algunos influencers radicados en Miami, como periodistas y presentadores de la radio y la televisión en Cuba. Tales agresiones mutuas, de ninguna manera buscan aliviar tensiones.
Las injurias contra una gloria de la música cubana como Pablo Milanés, permitidas y amplificadas en redes; las cancelaciones del dúo Buena Fe en España; la realización de un festival en Cayo Santa María cargado de polémicas por su concepción en medio de una asfixiante crisis económica, o la exclusión del cantante Lenier Mesa de futuros eventos auspiciados por la localidad de Hialeah «por formar parte de la manipulación propagandística del régimen totalitario», constituyen muestras de que el arte verdadero está en peligro y ha sido raptado por la política.
Todo el que no apoye o se oponga, es considerado el enemigo para ambas posturas, en un itinerario en que la intolerancia, el irrespeto y los extremismos ganan terreno cada día. No obstante, por encima de odios y rivalidades ideo-políticas, la buena música tendrá que sobrevivir. Solo ella tiene la virtud de palpitar eternamente en el espacio y, al decir de José Martí, es el «anuncio de la armonía constante y venidera».
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(Imagen principal: Music Meeting Festival 2022)