El Maleconazo y las continuidades de larga duración en la relación poder-pueblo

Las protestas del 5 de agosto de 1994, conocidas como el Maleconazo, no deben ser consideradas únicamente como un hecho constreñido al momento en que ocurrieron. El modo en que el poder lidió con lo sucedido, introdujo cambios en la dinámica del proceso cubano cuyo impacto socioeconómico llega hasta la actualidad.

La posición que asumió el discurso del régimen quedó fijada desde ese mismo día. Al igual que en ocasiones anteriores, los adjetivos peyorativos, empleados repetitivamente, se unirían con la tradicional tesis justificativa de «país atacado». La revista Bohemia del 5 de agosto de 1994 demoró su salida, ya preparada, para incluir once páginas dedicadas al tema. Los títulos de los artículos resultan reveladores por sí mismos del modo en que el gobierno presentaría sus argumentos: «Nadie se llame a engaño» (Editorial), «La magia del líder», «Barrer bribones», «Los que odian y destruyen», «Los que aman y construyen», «Pueblo vs Antipueblo», y «Nosotros somos más».

El Maleconazo es un hecho rehuido por la historiografía oficialista y sus analistas políticos. Cuando se acerca la fecha, algunos medios, como Granma, dedican escuetas notas que solo replican el discurso heredado de aquellos momentos.

II. Pueblo vs Antipueblo

En artículos anteriores, estos autores hemos analizado cómo desde enero de 1959 el discurso revolucionario se convirtió en un arma de perversión y manipulación de la realidad a partir de un cuidadoso empleo de la imagen, la simbología y la épica. Esto fue, durante décadas, su recurso fundamental. Los conceptos fueron redefinidos en función de los intereses políticos y las adversidades del momento:

«(...) el empleo de la visualidad de figuras como Camilo Cienfuegos, Hubert Matos y el Che Guevara los presentaban como modelos de los héroes venidos de la Sierra Maestra. Constituían la prueba de cómo dentro de la revolución que nacía podían coexistir la pluralidad y la unidad de los estratos populares, académicos y foráneos. (...) Mas, la iconografía revolucionaria fue mutando paulatinamente hacia la fortaleza de un hombre. El poder fue borrando de sus instantáneas —literalmente hablando— la diversidad política, hasta que en la tribuna revolucionaria solo quedó “el Comandante”».

En 1959, la revolución triunfante se igualaba al pueblo, se homogeneizaba con él. La visión inclusiva y democrática inicial podría ser esta:

«Nosotros llamamos pueblo si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo (...) a los quinientos mil obreros del campo (...); a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros (...); a los treinta mil maestros y profesores (...); a los diez mil profesionales jóvenes, médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores (...)». (Fidel Castro, La Historia me Absolverá)

A medida que el proceso de autocratización avanzaba, la definición de pueblo fue variando hasta que mutó a una excluyente y políticamente condicionada, que en 1980, durante los sucesos del Mariel, planteaba:

«¡Ese es nuestro pueblo! Este pueblo que está aquí, este pueblo de trabajadores, de soldados (aplausos); el pueblo internacionalista, el pueblo de los gloriosos combatientes de Angola y de Etiopía, el pueblo donde más de 100 000 soldados y reservistas de sus Fuerzas Armadas han cumplido ya misiones internacionalistas (aplausos); el pueblo que cuando piden maestros para Nicaragua, ofrece 29 500. ¡Ese, ese es este pueblo, no los lumpens que quieren presentar como imagen del mismo, no la escoria que se alojó en la embajada de Perú!».

El Maleconazo fue la primera ruptura pública y notoria del consenso en el proceso revolucionario. Por primera vez el malestar social se expresaba abiertamente, en términos de rechazo político, por parte de la generación nacida en Revolución. El régimen quedó sorprendido y a la defensiva. En la revista Bohemia se aseveraba: «Lo que sucedió el pasado día cinco en La Habana fue simplemente un intento de motín que en términos ineludiblemente ideológicos, se define como un enfrentamiento entre pueblo y antipueblo. (...) La intención les ha fallado. No han podido reclutar al pueblo, sino al antiguo pueblo».

La prisa por sacar este número refleja las dificultades que encontraron los relatores oficiales para etiquetar lo acaecido. El pueblo, para el poder, era solo el «pueblo revolucionario» movilizado, que acudía sin preguntar ni reclamar. El anti(guo)pueblo, en cambio, enuncia una voz propia de disenso y desesperanza ante las vicisitudes económicas y la incertidumbre social.

La masa merece ser considerada pueblo únicamente cuando funciona como eco de la tribuna, de lo contrario será despreciada, como se hace en Bohemia al enjuiciar a los participantes en las protestas con términos ofensivos y denostadores: «traficante del mercado ilegal de divisas, meretriz de pacotilla y algún otro espécimen, entre ellos [se percibía] el tufo marginal y delictivo de esa turba. (...) estaban allí los "macetas" arrinconados, los sectores que alimentan el descontrol para medrar en río revuelto, los "empresarios” de arrabal que comercian cuanta cosa sea comerciable en los rincones de la ciudad». (p. 41).

La referencia a terminologías y modos de vida surgidos después de 1959, evidencia el diferendo generacional implícito.

El poder genera una resistencia con singularidades definidas a su imagen y semejanza. Sin embargo, en esos años post-Perestroika, las transformaciones económicas se llevarían por delante las previsiones burocráticas. El régimen otorgaba aperturas económicas para movilizar posteriormente a su «pueblo revolucionario» contra los beneficiarios de las mismas (¿Macetas-Pymes?) en una dinámica que marcará asimismo los intentos de reformas futuras. Ante la incapacidad de la clase política dirigente para lograr el despegue económico de la nación, el poder acusa al pueblo marginalizado, desprovisto de acceder a las remesas y a los dólares que faciliten su subsistencia.

La soberbia de las respuestas, apresuradas ante la urgencia de mostrar la tradicional postura viril gubernamental, revelaba el desprecio del sistema por esta masa empobrecida, para la que, supuestamente, se «había hecho la Revolución», según se atreven a sostener aún.

Muchos de los que en 1961 vitorearan la famosa consigna: «esta es la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes», o sus descendientes, serían treinta y cinco años después agrupados en la nueva categoría excluyente de antipueblo. Eran prescindibles para el poder pues, como anunciaba Bohemia: «(...) la mierda; aunque brote desaparece rápidamente». (p. 48).

La respuesta oficial ante el Maleconazo ahondó el proceso de fractura comenzado cuando el éxodo del Mariel. ¿Al crear el antipueblo reconocían tácitamente el fin de la identificación con las masas? Para evitar que así fuera entendido, en los años siguientes el discurso del régimen se cuidó de mantener sepultados aquellos duros e injustos epítetos que la sorpresa le había obligado a mostrar. Así ocurrió hasta el 11 de julio de 2021.

III. La fórmula del poder

Las situaciones de máxima confrontación entre el gobierno y el pueblo en Cuba después de 1959, se han desarrollado dentro de dinámicas casi inalterables en el tiempo. A una contracción económica extrema, se suma el descontento político acumulado, el cual conduce a un estallido social. La respuesta natural del régimen («No los queremos, no los necesitamos»), ha sido la apertura de fronteras, lo que a su vez genera una crisis migratoria. Esta válvula de escape se repite desde la primera crisis de Camarioca (1965), posterior a la purga que siguió al sectarismo y al juicio de Marcos Rodríguez (Marquitos).

El modus operandi, cíclico e intransigente, del régimen cubano, explica que se hayan utilizado para el 11J las mismas justificaciones que con la embajada del Perú o el Maleconazo. No es de extrañar entonces que abrieran paso a éxodos masivos: el Mariel en 1980 y la crisis de los balseros de 1994, ambos efectuados a través del puente marítimo de la Florida. La ruta de los volcanes por Nicaragua, tras anteriores aperturas a través de Ecuador, fue la respuesta «creativa» de la actual dirigencia para deshacerse de los «revoltosos» y «confundidos» que reclamaron libertad en el verano de 2021.

A la fórmula: crisis económica+descontento político+estallido social=éxodo, debemos añadir una variable menos patente a primera vista. Tras la apertura de fronteras por parte del gobierno cubano, al poner en práctica su papel de víctima, se desliza el condicionante de la negociación directa entre gobiernos sobre temas ajenos al diferendo puntual. Así ocurrió en cada uno de los estallidos mencionados, e incluso durante la llamada «primavera negra» de 2003, cuando se atacó a la prensa independiente que comenzaba a posicionar, desde la propia isla, un relato opuesto al oficial.

En 1994 la situación económica del país había llegado a un punto cercano al colapso. Desde hacía dos años se venían tomando medidas legales como la modificación del Código Penal, la reforma económica y constitucional etc. Pero estas transformaciones eran insuficientes para que el gobierno de Clinton aceptase flexibilizar las sanciones económicas impuestas al gobierno cubano en décadas anteriores.

El Maleconazo brindó la situación perfecta —¿tal vez demasiado perfecta? La noche del 5 de agosto, al final de la comparecencia televisiva en que anunciaba la apertura de fronteras, Fidel Castro volvía a emplear la misma variable: «Si se quiere hablar de soluciones, entre otras cosas, hay que incluir qué solución se le va a dar al bloqueo de Estados Unidos a Cuba, si realmente se quiere conversar con nosotros».

El 24 de agosto Fernando Remírez de Estenoz —vicecanciller de Cuba y su embajador ante Naciones Unidas—, reafirmaba desde Nueva York la postura del gobierno cubano ante la crisis migratoria, expandiéndola más allá de los balseros:  «la única manera de detener el éxodo de cubanos hacia la Florida es iniciar negociaciones directas para levantar el bloqueo económico que Estados Unidos mantiene contra la mayor de las Antillas desde hace tres décadas».

Las medidas tomadas con posterioridad a la crisis de los balseros, como el reconocimiento del permiso de residencia en el exterior (PRE), la rebaja de 20 a 18 años para obtener la «Carta Blanca» o permiso de salida, la eliminación del requisito de esperar cinco años a quienes abandonaban legalmente el país, el tenue enfriamiento en la contraofensiva hacia los «macetas» —«todo ese abanico pringoso, esa picaresca de costados sucios que conforman las capas antisociales en general y transitan una ruta que suele empatarse al final con los trillos de la contrarrevolución», diría la revista Bohemia— y pequeños empresarios, la gran apertura al capital extranjero, etc., fueron consecuencias del 5 de agosto, aceleradas o ideadas urgentemente como parte del proceso de bajar la presión de una sociedad al borde del quiebre.

IV. Una Revolución que se desvanece

La numerosa presencia de jóvenes y adolescentes en los sucesos del Maleconazo evidenció el deterioro en la credibilidad del proceso, ante el que debía ser «el hombre nuevo». El relato de unanimidad del sistema, aún con Fidel Castro activo en el tablero político, se quebró definitivamente aquel verano. El régimen daría entrada en su fórmula a elementos que no podría controlar en el futuro.

A los regímenes totalitarios no les gusta que le recuerden el carácter cíclico y absolutista de sus políticas. El dominio de la prensa permite al poder la huida hacia delante; dar el salto a otros temas que sepulten el problema actual para evitar rendir cuenta de sus errores a la opinión pública.

La llegada de las TIC dinamitó esta dinámica fundamental de control del poder. El Internet que factura ETECSA ha resquebrajado el mono-relato impuesto durante décadas de rígido control de los medios y la información. La digitalización de las fuentes analógicas permite a los estudiosos actuales volver sobre los pasos de la historia y dejar al descubierto las fisuras, manipulaciones, falacias y dobleces.

A su vez, la pérdida de la capacidad de convencimiento e identificación de las masas, unida al deterioro del discurso y al mermado liderazgo, han terminado por «rescatar» aquellas prácticas que el sistema había tratado de hacer olvidar. ¿Les parece conocida esta convocatoria?: «Hoy cobra fuerza el llamado a fortalecer nuestras posiciones con una acción que se concrete en hechos, que involucre y emplee como nunca antes la capacidad creativa de las masas. La voz de mando ha sido dada. Estamos en combate». Pues es del mencionado Editorial de Bohemia publicado a raíz del Maleconazo (p. 38).

La salida de las tropas a las calles el 5 de agosto de 1994, las evidencias de tanques listos para entrar en acción, los cientos de testigos de los disparos… todo eso trató de sepultarse, repitiendo hasta el cansancio —incluso en el artículo que Granma dedicó al tema en este mes—, que «no se había disparado un solo tiro».

El sistema, en su deterioro, ha olvidado sus propias alertas y, como a todo proceso autoritario y vertical en condiciones de aumento del disenso, le resta apenas el uso de la violencia. Nos toca entonces a nosotros hacer ejercicio de memoria histórica y regalarles la alerta que ellos mismos plasmaron en las páginas de Bohemia treinta años atrás: «El día que a nuestra Revolución sólo le quede el recurso de sacar las tropas a la calle para combatir (…) nada habría ya que defender».

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* Este texto ha sido escrito por Ernesto M. Cañellas Hernández y Aries M. Cañellas Cabrera.

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Imagen principal: Karel Poort.

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