Cambiar la vida: toma de conciencia sobre el abuso y maltrato a los adultos mayores
[…] si hay algo que ennoblezca a la juventud,
es el miramiento y el respeto a los ancianos.
José Martí, Boletín Crítico Novel
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Este 15 de junio se conmemora el «Día Mundial de la toma de conciencia del abuso y maltrato a las personas mayores». Los eventos celebrados sobre el tema en nuestro país fueron varios. Es importante que eso pase, pues asistieron investigadores de otras naciones, lo que permite un intercambio que enriquece diferentes visiones del asunto. Es una pena que la actividad no fuera abierta también a cualquier nacional interesado en brindar su opinión, en mostrar otras evidencias de lo que pasa en la Cuba profunda.
Los trabajos presentados, por supuesto, constituyen resultados de investigaciones. Me consta que existen especialistas que llevan años dedicados a ese tipo de estudios. No obstante, a pesar del conocimiento adquirido, en ocasiones advierto al leer sus publicaciones que las conclusiones son epidérmicas en lo referido al comportamiento del Estado respecto a la ancianidad. Por lo general son posteriormente engavetadas dentro del recinto universitario.
«Hablan de todo, de todo creen saber y tienen la pretensión de que su opinión es la decisiva». La violencia simbólica, de acuerdo a Pierre Bourdieu, constituye una forma invisible de dominación que impide que las personas que la viven la reconozcan. Que trabajemos por décadas hasta que se arriba a la edad de jubilación y se nos paguen pensiones de extrema miseria es de una violencia tremenda, convierte al Estado en un sujeto mafioso, estafador, criminal. Solo con una pequeña observación de los precios en las denominadas Mipymes, nos percatamos de que nadie puede sobrevivir con una jubilación de 1500 CUP. ¡De cuántos silencios, en la vida que envejece, no hay que acordarse!
En estos días una joven me mostró la foto de un anciano, el cual se rompió el codo hace unos meses. En el hospital al que acudió le colocaron en el brazo — a falta del imprescindible yeso— atada con una venda, ¡una antena de televisión! con el objetivo de inmovilizarle la extremidad fracturada. Es escalofriante observar la violencia sobre seres humanos que necesitan atención sanitaria de calidad. El pueblo de esta Isla no puede ser tratado de manera permanente como si estuviéramos en una despiadada guerra. Las justificaciones a estos tratamientos nulos son repetidas hasta el cansancio, pero es totalmente desigual la atención médica facilitada a la elevada jerarquía del poder. Para ellos y sus familiares, de cualquier edad, sí se encuentran los recursos médicos disponibles.
Los testimonios no apuntan a cómo debemos pensar, en qué dirección, pero cada uno de ellos «da a pensar», lo cual rompe esquemas del encasillamiento en que la mayoría de las veces colocamos a las personas de más de sesenta años. Los «casos sociales» antes eran una excepción en la masa de adultos mayores, hoy, debido a la gran crisis económica, política y social que padecemos, la situación de la ancianidad es cada vez más precaria, amén del nivel de envejecimiento alcanzado en las últimas décadas por nuestra población.
Atender a gente de edad avanzada no sería de tanta relevancia si el país contara con algo que se eliminó por décadas: el trabajo social. Después renació este oficio como si hubiera resultado creación original de un elegido: Fidel Castro; se invirtieron recursos enormes en fundar una escuela que preparara a este tipo de profesionales… que terminaron repartiendo bombillos y despachando gasolina. Despareció el centro de formación y ahora la enseñanza se conformó de nuevo a nivel universitario, para hacer realidad la popular frase del «tira y encoje» que tienen con este imprescindible tema. Veremos qué frutos brinda por fin la academia cuando transcurra un tiempo.
Ojalá los resultados previstos tuvieran resonancias que estremecieran las oficinas de los encargados de hacer algo concreto, efectivo, en la vida de las personas que hoy viven en las calles, a quienes eufemísticamente se les denomina «deambulantes», la gran mayoría tildados de «locos» y «alcohólicos», para desentenderse de manera directa de un gran problema nacional. Estos indigentes han encontrado espacio en un proyecto que hoy saludamos, el Quisicuaba, el gran referente; pero no todos los cubanos y cubanas en situación de calle pueden acceder al mismo local, son miles. Tampoco todos «deambulan» en La Habana, Cuba no es solo su capital.
Conozco a un señor que duerme en el suelo de un pequeño portal del Vedado en estos momentos, alguien le permite pernoctar allí pues es una pequeña casita alquilada y destinada al juego de la bolita. El hombre, increíblemente, perteneció al Ministerio del Interior, dicen algunos vecinos. Otros cuentan que fue piloto y que además tiene un apartamento en la zona de Tulipán, lo que pasa es que lo tiene tan atiborrado de basura que ello hace imposible vivir en una propiedad en tales condiciones.
¿Por qué no puede ser resuelto el problema con ayuda de los trabajadores sociales del municipio y la comunidad correspondiente? El abandono a los grupos de avanzada edad es maltrato puro y duro. No todos envejecemos de igual manera, ni se dispone de recursos para pagar un gimnasio, cuidadoras que se ocupen de la higiene y de la salud de los ancianos, del orden de un local, donde muchas veces reina la soledad absoluta.
En innumerables ocasiones se explica por la televisión que esos descartados «deambulantes» tienen un centro de acogida que radica en Las Guásimas. Resumo lo que me han comentado ellos mismos, los sin voces: les suministran comida podrida, los obligan y empujan a bañarse con agua helada, están todos aglomerados en grandes naves. Por último, hicieron un muro para impedir que se escapen. Esas personas, no tratadas como tales, se preguntarán: ¿adónde huir? ¿adónde refugiarse? Uno de ellos tuvo que entregar 500 CUP a un vigilante para que lo dejara brincar el muro y alejarse de allí.
En su valioso libro La vejez, Simone de Beauvoir destaca que en cualquier sociedad la cuestión de la ancianidad no se trata únicamente de paliar mediante remedios la angustia de las personas mayores, de mejorar sus condiciones de vida —aunque esto no es para nada inútil, al contrario—; pero de lo que se trata es de la necesidad de comprender y reivindicar una política integral de la vejez que sea radical, porque se necesita cambiar la vida.