La buena pipa, el «no-cartel» y las leyes complementarias
Este 18 de marzo pensé que existiría una pequeña oportunidad para no ser detenido por la policía, pues llegué sin avisar ni «incitar» a nadie, y en los últimos «dieciochos», los «guardianes de la “Constitución» no habían impedido a Alina Bárbara manifestarse pacíficamente en Matanzas con su habitual cartel en blanco. Aunque sé que en Cuba siempre existe la posibilidad de ser arrestado, quise creer que en esta ocasión podrían ser un poco más cautos y evitarse un problema mayor.
Simplemente llegué al Parque Central con una pequeña pizarra blanca y unos marcadores para disimular algunos garabatos, mientras me acostumbraba a la idea de estar sentado bajo la estatua de José Martí. Alguien que pasaba hizo el favor de tomarme una foto. Pensaba en las personas que en ese momento estaban con su «no-cartel» fuera de La Habana y Matanzas, o de la Isla, pues ya son varias las que secundan esta acción en distintos lugares.
Los transeúntes observaban sin entender si lo que hacía era un simple descansar bajo la sombra o el típico pedido de ayuda de los muchos mendigos que pululan por la ciudad. Esto último me hizo meditar en que sí necesitaba algo. Necesito que alguien me explique ciertas cosas:
(Foto: Tomada de Facebook)
¿Por qué el ex ministro de Economía Alejandro Gil, máximo gestor del presupuesto público, está preso por corrupción y el pueblo «soberano» no ha tenido derecho a saber en qué terminó aquel montaje, ante el cual la prensa ―para nada independiente de los mandatos del PCC― no ha dicho nada relevante durante casi un año?
Pero una duda me inquieta más: ¿Por qué si la Constitución de la República mandataba un plazo de dieciocho meses tras su entrada en vigor para la aprobación de las leyes complementarias al derecho a la manifestación pacífica (artículo 56), han pasado ¡72 meses! y solo hay silencio al respecto?
Entre esas y otras interrogantes me debatía, reflexionando en los problemas que hoy padece la sociedad cubana, y lo primero que pensé fue que un sencillo «¿HASTA CUÁNDO?» las englobaba a todas. Ya entonces las miradas de la gente cambiaron: observaban lo escrito, levantaban las cejas, suspiraban y seguían, sin romper el silencio al que nos hemos acostumbrado.
Ahí fue que llegó un señor «vestido de civil» a preguntarme qué significaba ese «¿Hasta cuándo?». Intuyendo de quién se trataba le dije:
̶ Nada, yo solo quiero saber hasta cuándo.
̶ Sí, ¿pero hasta cuándo qué?
Y como no entendió el chiste de la buena pipa le repetí: ¿Hasta cuándo?
̶ Sí, ¿pero qué cosa hasta cuándo”?
̶ Eso es precisamente lo que yo quiero saber: ¿Hasta cuándo?
Es bastante predecible suponer que su impaciencia y mi sarcasmo fueron creciendo a la par, pero ante tanta insistencia, cada vez en tono más prepotente, no hubo más remedio que decirle:
̶ ¿Hasta cuándo es la falta de respeto en este país? ¿Hasta cuándo personas como tú van a seguir cuestionando por qué alguien tiene un letrero que dice simplemente «HASTA CUÁNDO»?
Era de esperar su respuesta:
̶ Falta de respeto eres tú. Tranquilo, tú verás que esto es muy sencillo.
Y sacando su teléfono, con una simple llamada, aparecieron más «vestidos de civil» a la espera de un policía que ensuciara su uniforme.
«Dame el cartel» ―fueron las palabras del policía, ni más ni menos…como si viniera alguien y te dijera «Dame tus zapatos».
Respondí que no, que esa pizarra era mía y no la iba a entregar. No es difícil imaginar el resto: varias personas intentando sacarme a la fuerza un «arma» aparentemente muy peligrosa. Fue curioso que, en el forcejeo, mientras les preguntaba por qué me detenían de esa forma, el seguroso de turno afirmara con voz tranquila, como quien siente que está repitiendo algo por enésima vez:
̶ «Negrín, tú sabes que te estás manifestando».
Lo único que se me ocurrió fue decir que cómo me iba a estar manifestando si estaba solo, sentado con mi pizarra, sin hablar con nadie. Pero él, tan natural, repitió:
̶ «No importa, tú sabes que te estás manifestando».
(Foto: Tomada de Facebook)
Este tipo de eventos demuestra que los que dirigen el país no tienen argumentos para justificar su actuar represivo y, sobre todo, la impunidad con que violan la misma Constitución.
Durante el interrogatorio descubrí que tengo un nuevo «oficial asignado», pues el agente Denis (cuyo nombre real es Yoel Argüelles), fue ascendido de cargo; al parecer condecorado por la detención arbitraria del 20 de mayo de 2024, de la cual no he hablado pero que pronto explicaré para que pueda apreciarse, aún más, el surrealismo tropical en que vivimos.
El interrogatorio con el nuevo oficial (séptimo en su dinastía), lo resumo yendo al grano de su conversación. Según afirmó, en todos los países donde son legales las manifestaciones pacíficas, es obligatorio pedir permiso para, incluso, estar sentado con un cartel, aunque no se hable ni una palabra.
El oficial ignora, y es pertinente aclararle, y aclararnos, que tal permiso debe solicitarse únicamente en los casos de manifestaciones multitudinarias, donde se obstruyen vías o se altera la dinámica de los espacios públicos; pero no es necesario cuando una sola persona, incluso varias, se sientan o paran sin ocasionar molestias al paso, portando «dos palabras», o varias, en un letrero.
Al final, se me acusó de «resistencia al arresto» por negarme a entregar mi pizarra, no el carnet, como afirmó el policía en su declaración. Mi carnet de identidad lo pueden obtener con solo pedirlo, porque esa trampa ya la conocemos de memoria, por lo cual afirmo sin tapujos que el policía, al cual conozco bien, mintió para salvarse y salvarles el pellejo a los agentes de Seguridad del Estado.
El Parque Central está lleno de cámaras de seguridad, no olvidemos que justo al frente se encuentra el Hotel Manzana (5 estrellas plus, único en su dinastía), y Fiscalía podría comprobar la veracidad de los hechos e invalidar la versión policial. Pero, como es costumbre, las cámaras no funcionan cuando les conviene, aunque esta vez esperaron tenerme lejos de ellas, dentro del portal del Museo Nacional de Bellas Artes, para sacarme la pizarra a la fuerza, utilizando técnicas violentas y sádicas que conocía de ocasiones anteriores.
Ya que no tienen vergüenza en demostrar su impunidad, me pregunto si no era mejor, para ellos, acercarse y decirme bajito:
̶ «Negrín, te estamos vigilando. Cuando se cumpla una hora y sean las 4 te vas del parque igual que la profe Alina. Si formas algún escándalo en el parque te vamos a cargar. ¿Lo sabes, verdad?».
Estoy seguro de que me hubiera reído y, con resignación, me hubiese marchado una vez que supiera que Alina y el resto de compatriotas con su «no-cartel» estuvieran bien. Se habrían ahorrado la demostración pública de la dictadura que son. Sin embargo, de ocurrir así, no tendrían motivos para detener a nadie una próxima vez, y manifestarse se haría un hábito que no están dispuestos a tolerar.
Temen que la gente aprenda a ejercer su derecho y se les escape de las manos. Por eso prefieren el escándalo a la normalización de un derecho cívico del que tanto presumieron durante el debate del proyecto de Constitución. Prefieren intimidar al resto, pero ya «el resto» no teme tanto a gritarles «abusadores», como sucedió con quienes presenciaron mi arresto ilegal, aunque comprensiblemente se ocultaran entre la muchedumbre.
La gente sabe, y para nadie es un secreto, que en Cuba gobierna un régimen policial represivo. Eso explica que sigan demorando la aprobación de las leyes complementarias al derecho de manifestación pacífica. Pretenden mantenerse de ese modo en un limbo jurídico que les permita aplicar el Código Penal sin las limitantes que debiera imponerles la Constitución. Por eso, volviendo al cartel del mendigo que pide piadosamente para comer, recalco que en esa pizarra estaba escrito el reclamo de un ciudadano que no va a mendigar más su derecho a expresarse… Y no se preocupen, que la mano y sus cinco dedos para escribir en una pizarra: «Volverán».
Dedos heridos de Leonardo Romero Negrín (Foto: Tomada del perfil de Facebook de Raymar Aguado)
Agradecido estoy con las amistades que presionaron fuera de la estación y amenazaron, sin importarles la posibilidad de ser detenidas, si no me liberaban. A cada una de esas personas, y a quienes desde dentro y fuera de Cuba apoyaron por diversas vías, va mi abrazo y la satisfacción de saber que cada día son más las personas que desafían a un régimen corrupto.
Por esa solidaria acción temprana estoy escribiendo esto desde mi casa, a diferencia de quienes siguen padeciendo en prisión, retenidos como moneda de cambio. Mis respetos para los compatriotas que en el poblado de Río Cauto exigieron la liberación de Mayelín Carrasco Álvarez. Cuando la gente se moviliza hay menos espacio para la impunidad.
Es momento de comprender la necesidad urgente de articular un Movimiento Cívico Nacional que sirva como impulsor de los reclamos de la ciudadanía para que el ejercicio de los derechos ciudadanos no sea un riesgo, sino una de las formas de visibilizar y cuestionar los problemas y soluciones de nuestra sociedad.
La manifestación pacífica no basta, por sí sola, para lograr los cambios que se quieren, pero es vital para alcanzarlos. Apropiarse de los espacios que el Estado debe garantizar y que ha abandonado, es una forma más de implicarse en tomar las riendas y no esperar más a que «mamá paloma venga y nos alimente».
Nadie puede impedir que la ciudadanía se articule, por ejemplo, para recoger la basura de las calles o para crear grupos de solidaridad con el fin de resolver problemas sociales. Acciones pequeñas como esas pueden demostrar dos cosas: la ineficiencia del Estado cubano y, más importante aún, la capacidad de gestión de una ciudadanía organizada.
Al final, en cualquier caso, gana la ciudadanía y algo se puede sacar en claro: a nuestro civismo atrofiado le hace falta una fisioterapia moral. Es momento para decidir si morimos lentamente mientras se pudre lo poco que va quedando, o si empezamos a participar activamente en lo que nos corresponde, aunque sea con pequeñas acciones que generen las costumbres de autonomía tan necesarias.
Un cartel «no resuelve nada», pero tampoco resuelve nada estar inerte. Lo correcto sería decir que un cartel no lo resuelve todo, y sin embargo nos mueve. Hay muchas vías para revitalizar el tejido social y esa es una más, por tanto, no es de ilusos presionar, por todas ellas, para que se acaben de aprobar las leyes complementarias que habilitarían los derechos ciudadanos, entre los cuales está el de manifestación pacífica. La ambigüedad en los carteles siempre será un arma para defenderse ante un gobierno autoritario que, si bien puede violarlo todo, tendrá que hacer malabares para ejercer su despotismo.
Los policías no creyeron que, en mi imaginación, esperaba en aquel parque a una muchacha que se llama Justicia, y que me dejó esperando una vez más. Revisaron en la base de datos y, en efecto, no existe en Cuba... hay que buscarla. No se me ocurrió algo tan genial como a Francisco Riverón y decirle: «Te esperé hasta que no fuiste». Además, la pizarra era muy pequeña como para imitar a Ernesto Cardenal con estas palabras: «Me enteré que estabas enamorada de otro y entonces me senté en el Parque Central, y escribí esta frase por la cual estoy preso». Pero no pude, la verdad… por eso solo le pregunté: «¿HASTA CUÁNDO?».
El compañero que me atiende, «Ariel Mederox», dice que la Justicia «no quiere entender de poesía». Que olvide a esa mujer, que nunca me quiso. Ya veremos.
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.