Deserción escolar, consecuencia de la pobreza y la desigualdad en Cuba

La deserción escolar ―aun cuando siempre existió en los niveles de escolarización en que la educación cubana no tiene carácter obligatorio―, no constituyó durante muchos años un problema alarmante. Actualmente, sin embargo, es síntoma evidente de las consecuencias sociales debidas al aumento de la pobreza y la desigualdad.

Por obvias razones, esta problemática tiene mayor énfasis entre los estudiantes de secundaria básica, preuniversitaria y de educación politécnica. Ellos están en la adolescencia, etapa crucial y determinante de sus vidas en la cual se forman su personalidad e intereses; tienden por tanto a mostrar mayor rebeldía e imponen su independencia, pues, al decir de los psicólogos, «son tierra de nadie»: no son niños ni tampoco adultos, y actúan en ocasiones desafiando la autoridad de la familia, intentando su anhelada emancipación y buscando el reconocimiento y aceptación de sus coetáneos, sin medir las consecuencias de su conducta.

No obstante, más allá de la influencia de este proceso psicológico, se está produciendo en los últimos años un auge del abandono de estudios por causas sociales que tienen que ver con la imposibilidad familiar de sustentar ciertas necesidades básicas de los estudiantes, como transporte, alimentación o vestuario.

Me desempeño como profesora desde hace treinta y dos años. Resido en el municipio matancero de Jovellanos y siempre he laborado en el nivel superior o medio superior, es decir: preuniversitario o enseñanza técnico-profesional (ETP). En esta última modalidad llevo veintidós cursos.

En el tránsito de la secundaria básica a la ETP, cuando se hace la entrega pedagógica al inicio de cada curso escolar, se da un tratamiento especial a los alumnos y es prioridad la llamada «continuidad de estudios». Con tal objetivo, los profesores guías de secundaria y los directivos de esa enseñanza visitan los hogares para conocer e informar las causas de la no incorporación al nuevo centro de estudios. Los estudiantes no se registrarán como matrícula oficial del nuevo centro hasta que se hayan incorporado oficialmente. A partir de ese momento, pasan a ser responsabilidad de los nuevos profesores guías y de los directivos de la educación politécnica y/o preuniversitaria.

Una vez matriculados, en la primera semana del curso, se hace la caracterización psicopedagógica de cada uno, a partir de la revisión de su expediente estudiantil y de la entrevista a la familia, con el fin de actualizar la información.

Como profesora guía, siento gran preocupación al observar que cada año aumentan los estudiantes con familias disfuncionales, desatención familiar, padres divorciados, adolescentes casadas y solteros con hijos. En muchísimos casos se detecta asimismo la existencia de hogares encabezados por abuelos, en los que recae la crianza de los nietos. Ya sea por abandono, emigración o cumplimiento de misiones fuera de Cuba, son los abuelos quienes deben hacer su mayor esfuerzo por darles atención y, en muchas ocasiones, incluso sufragar los gastos en la medida de sus escasas posibilidades.

De igual manera, hay que enfatizar en que numerosos estudiantes matriculados en las diferentes especialidades de la ETP no residen en el municipio central de Jovellanos, sino en la gran red de poblados y bateyes aledaños: Carlos Rojas, San Joaquín, Coliseo, los antiguos centrales Granma, Jaime López y Julio Reyes; La Isabel, La Carlota, Sofía, Ciro Redondo, y la Finca Aguas Nuevas, entre otros.

Antiguamente existían ómnibus o se podía utilizar el transporte de los trabajadores de los centrales, pero, tras el desmontaje de la industria azucarera y el aumento de la crisis del transporte, estas zonas, más o menos distantes del municipio, quedaron aisladas. En consecuencia, los estudiantes que deben trasladarse diariamente durante casi la totalidad del curso escolar, tienen que costear los altos precios del pasaje privado, pues, si bien existe una asignación de transporte escolar para garantizar la asistencia de profesores y estudiantes de algunos poblados; dada la escasez de combustible, es mayor el tiempo en que este no funciona.

Al gasto en transporte, súmese el que necesitan hacer los estudiantes de esas zonas para merendar o almorzar. Algunas familias no pueden garantizar que traigan el almuerzo ni darle dinero para comprarlo. La subida imparable de los precios de alimentos tan simples como una pizza o un jugo, ocasionan que familias pobres, numerosas y de bajos ingresos; se vean imposibilitadas de sufragar a sus hijos ―o nietos― determinados gastos básicos para la vida cotidiana. Con frecuencia vemos estudiantes con fatigas y desfallecimientos; cuando se indagan las causas, refieren no haber desayunado y tener hambre porque el dinero que poseen no les alcanza para merendar ya que deben dejarlo para el trasporte.

Por muchas décadas el discurso oficial presumió de que una de las mayores conquistas del proceso revolucionario era el carácter gratuito de la salud y la educación. No obstante, aunque matricular en un centro de enseñanza no cuesta nada, en la práctica, mantener a un hijo estudiando es muy costoso.

Para asistir a una escuela cubana en la actualidad, hay que disponer de recursos económicos que son difíciles dada la dramática situación económica y social a la que está sujeta la inmensa mayoría. El altísimo costo de la vida y la enorme inflación han evaporado nuestros salarios. La carestía se refleja también en las aulas con un impacto como nunca antes: estudiantes sin zapatos para asistir a la escuela, sin abrigos, ni pantalones. A pesar de que algunos profesores nos involucramos e intentamos ayudarlos para que no tengan que abandonar los estudios, cada vez estos casos, antes excepcionales, se multiplican.

Ocurre entonces que muchos estudiantes residentes en zonas rurales o suburbanas y que abandonan sus estudios por los motivos antes explicados, se incorporan a trabajar en el campo siendo adolescentes, casi niños; o buscan cualquier empleo particular que les genere ingresos para ayudar a llevar un plato de comida a sus hogares o para costear los altos precios de las prendas de vestir y los zapatos.

De tal modo se replican y perpetúan patrones de pobreza y desigualdad entre las familias que residen en el campo. Ya la igualdad de oportunidades «entre el campo y la ciudad», otra de las pasadas «conquistas», es inexistente. He tenido el caso de excelentes estudiantes, de los primeros en calificaciones de sus grupos, que debieron abandonar las aulas. Es frustrante, para ellos y para los profesores.

Cuando se conversa con los alumnos que abandonan sus estudios sobre las razones que los mueven, además de las causas ya mencionadas, muchos confiesan su desmotivación. En especial, los varones nos preguntan que para qué esforzarse en estudiar tres cursos y medio y graduarse de técnico medio, si una vez graduados, en el propio mes en que terminan, los reclutan por dos años para el servicio militar obligatorio. Allí percibirán un mísero salario de 2 810.00 pesos; suma que, cuando se aplica la rebaja para seguridad social, se reduce a 2669.00 pesos, y que les alcanza apenas para un cartón de huevos y poco más.

Por otra parte, muchas adolescentes con bajos recursos dan a luz y abandonan la escuela para dedicarse a la crianza de los hijos, pues sus padres tienen que trabajar para mantenerlos a ambos y apoyarlos con el bebé.

También están los que llamamos «intermitentes», es decir, estudiantes que se incorporan y, aunque no causan baja inmediata, asisten de forma irregular y no se presentan a los exámenes finales; por lo cual también son desertores.

Pese a los esfuerzos de profesores y directivos involucrados, la magnitud de estos problemas sociales y la imposibilidad de su solución sin políticas de cambio real, no permiten que muchos adolescentes, cada vez más, continúen sus estudios. Como resultado, crece la desigualdad de oportunidades y se generan zonas de pobreza y exclusión, con énfasis en los campos de Cuba. Es una situación que debe alarmarnos como ciudadanía.    

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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.

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