«Por el amor se ve. Con el amor se ve. El amor es quien ve»: Civismo y responsabilidad en Cuba
Se supone que en toda sociedad exista una subordinación de sus ciudadanos a las leyes y, sobre todo, a determinadas normas de conducta, costumbres y preceptos que denominamos moral en determinado tiempo y espacio. Cuando hay un predominio de la burocracia o de un complejo sistema de oficinas —como señaló Hannah Arendt en su trabajo Sobre la violencia—, no cabe hacer responsable a los seres humanos —a unos ni a otros, a pocos ni a muchos— sobre lo que sucede, porque estamos ante el dominio de Nadie.
Y cuando eso sucede no hay Nadie al que pueda preguntarse por lo que se hace o no se hace. Este estado de cosas torna imposible la localización de la responsabilidad, es una manera de escapar a todo control.
Jacques Derrida tiene una filosofía muy inteligente: piensa que los enemigos que tenemos en nuestras vidas nos acompañan en el tiempo. En ese hecho el filósofo encuentra cierta solidaridad. Los enemigos contemporáneos —comenta— no hemos compartido nada, salvo el presente. A ese compartir tiempo y espacio lo denomina, aunque sean individuos que se consideren contrarios, «compasión fundamental». Algo interesante que destaca es que puede haber más compasión en la guerra que en la paz.
A la madre Teresa de Calcuta, que vivía fuera de su país, le comunicaron que su madre estaba muriendo. Solicitó permiso para verla y el presidente de aquel entonces se lo negó. Años después, la religiosa visitó Albania y le llevó flores a su madre al cementerio. Alguien le indicó la tumba del presidente que le había negado la entrada y ella colocó allí las flores con el comentario: «A él le hacen más falta que a mi madre».
¿A cuántos cubanos y cubanas le han negado el derecho a entrar a su país de nacimiento? El colmo es que tampoco un atleta pueda ser presentado con el himno nacional de nuestra nación si aspira a participar en una competencia sin el permiso del gobierno cubano, como ocurrió al doble campeón olímpico Robeisy Ramírez.
Sabemos que hay una tradición de civismo en Cuba que nos convoca a la concordia y a la búsqueda de la verdad sin imposiciones. Civismo no es más que el arte de la convivencia. No obstante, en nuestra vida cotidiana se manifiestan expresiones de violencia de diversas maneras. Crímenes, robos, estafas, maltrato animal y al medio ambiente en general. Los antiguos tenían muy claro que rebelarse contra la naturaleza era rebelarse contra sí mismos, hacer eso significaba golpearse la cabeza contra las paredes.
José Martí pensaba que «Mudar de tierra no quiere decir mudar de alma». Pero dijo mucho más: «La patria no es de nadie: y si es de alguien, será esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia». También expresó, en un debate en el Club Hidalgo: «Yo vengo a esta discusión con el espíritu de conciliación que norma todos los actos de mi vida».
No se refería aquí a la conciliación filosófica y teórica, sino a una conciliación para la acción, para la vida. Todos sabemos los fines de equilibrio republicano que anhelaba para nuestro país en su conocido discurso fundacional Con todos y para el bien de todos. En definitiva, fue un genio de la moderación, de la paciencia, porque esas virtudes son inseparables de la capacidad de sacrificio que poseía.
La represión es muy aguda cuando se roza el tema de los presos políticos. Dolor infinito produce saber cuánto sufren hoy ellos y sus familias. Al ver esto se llenan de vigencia las palabras de Martí: «¡Llaman justicia a esa que mata! ¡Justicia podría llamarse la que evita!». No hay frase que compendie mejor su idea del amor como principio: «Por el amor se ve. Con el amor se ve. El amor es quien ve».
Martí es el máximo exponente de la fineza y la resistencia nacional, por la tenacidad con que vivió. La sacralidad de su pensamiento reside en el estilo sabio con que supo desenvolverse en medio de la hostilidad y el difícil desciframiento de sus circunstancias. El diario martiano constituye el más grande poema escrito por un cubano. Su sueño, su gran aspiración, era la conformación de una república moral. Su gran drama: verse obligado a la violencia de la guerra para alcanzar la justicia.
La lectura del referido diario inspiró a la filósofa María Zambrano la escritura de un artículo denominado «Martí, camino de su muerte», publicado en la revista Bohemia en febrero de 1953. En él expresa que ese diario resultó ser, más que un testamento, cosa del pensar; un itinerario de su morir, cosa del ser. Le impresionó cómo un poeta tuvo que convertirse también en hombre de acción y, al no tener vocación guerrera, fue a la guerra por destino. En el cumplimiento de ese destino, se hizo a sí mismo en contra de sí, de sus gustos.
También la conmovió en esa pequeña publicación íntima, esta bella frase: «la lluvia pura sufrida en silencio». Martí vivió, soportó la intemperie, describió cómo la lluvia calaba hasta sus huesos, sin albergue, sin morada. Todo ese sacrificio para construir, no su propia casa, sino la Casa de todos. He ahí el legado martiano, su trascendencia universal, porque anheló con ello una forma de ser habitante del planeta.
Al repensar de nuevo su muerte, podemos afirmar con énfasis que el Héroe Nacional sacó un revólver que nunca disparó. Otro de los signos fulgurantes de su fin. Lo paradójico también de su vida es que fue a la guerra contra un enemigo que amó, más que odió; que deseaba más redimir que derribar. Cuánto nos hace falta conocer y materializar este simbólico despliegue del final de Martí. A los que llaman odiadores a sus propios coterráneos les digo: es lo más anti-martiano que he escuchado. ¿Cómo es posible que Cuba dé la espalda a sus propios hijos? Ella, como bien dijera Martí, es «patria de todos, dolor de todos y no feudo ni capellanía de nadie».
La ciudadanía es un estatuto jurídico más que una exigencia de implicación política. Es también una base para reclamar derechos. Los seres humanos necesitan ser autónomos, decidir dónde desean vivir. Esa es una de las diferencias entre ser ciudadano y ser súbdito. En Cuba se practica hoy de manera oficial una moral de establo —como destaca Adela Cortina—, con los comunitarismos excluyentes. Pero ahí está la solidaridad de personas que desde la base de la sociedad civil ayudan a los más vulnerables. Esto es tema para otra ocasión.
Cuando escucho ciertas ideas de esperanza condensadas en violencia, cierto amor irreconocible, me siento en un «baile extraño», creo que tal y como en ocasiones el propio Martí se sintió. De los ciudadanos que parten, muchos lo hacen con un dolor infinito: por su tierra, por su familia, por sus tradiciones, por su cultura. Los que regresan son nuestros parientes, nuestros amigos, nuestros compatriotas. De nuevo María Zambrano nos recuerda: «no es posible elegirse a sí mismo como persona sin elegir, al mismo tiempo, a los demás».
Es obvio que no basta saber lo que pasa a nuestro alrededor sobre determinado hecho social, es necesario que a los ciudadanos/as se les otorgue la posibilidad de saber qué hacer ante tales hechos. Se requeriría una conciencia ética permanentemente ejercitada con el objetivo de neutralizar los abusos que se cometen a diario contra nuestros ciudadanos y contra el medio ambiente.
El tema de la carencia de responsabilidad se constata con mayor énfasis en los últimos años. Es evidente que la enseñanza actual carece del afecto, del amor a la vida misma, a la comunidad, al mundo en su totalidad. Para ello hay que darle un verdadero sentido a la participación, ello no se logrará a través de clases aburridas de valores. La pérdida de estos últimos es un reflejo del deterioro de nuestra sociedad en la actualidad, no su causa.
***
Foto: Karima/Shutterstock