Legitimidad y poder en Cuba

Los procesos políticos no solo deben estar sustentados en bases legales, sino también han de ser legítimos. Este ha sido un tema recurrente en la teoría social. En Cuba ya es hora de que discutamos abierta y públicamente: ¿es legítimo este proceso llamado «revolucionario»? ¿Cuáles son las bases de esta legitimidad?

Obvio, para esto necesitamos comenzar por lo que pareciera más evidente: ¿qué es la legitimidad? En términos weberianos, la legitimidad es la creencia en la validez, justicia y eficacia de un cierto orden social. Por supuesto, esa creencia es subjetiva, pero en gran medida el poder se sustenta en este tipo de mecanismos que apelan más a las emociones y opiniones que a los resultados o prácticas concretos.

Ahora podríamos preguntarnos, ¿en qué se ha sustentado la legitimidad del sistema cubano? Más allá de la autoridad del líder carismático —sigo utilizando terminología weberiana— que fue Fidel Castro, uno de los pilares de la legitimidad del proceso revolucionario fue la creencia en la justicia de este, tanto en términos legales como sociales. Pero desde los ajusticiamientos sumarios de La Cabaña, a inicios de la Revolución, documentados en muchos casos por Cuba Archive, hasta el tratamiento de los más de mil presos políticos actuales, pasando por las tácticas represivas e inconstitucionales de la Seguridad del Estado con ciudadanos inocentes, es fácil comprobar que la legalidad no ha sido un hecho en las últimas décadas en Cuba.

En el ámbito de la justicia social se nos ha repetido hasta el cansancio que la educación y la salud gratuitas eran los grandes logros de la Revolución. Sin embargo, en la práctica, hace muchos años que el acceso a esos derechos también ha estado signado por el nivel socioeconómico que permita «resolverlo». Por ejemplo, ¿cuándo vamos a hablar de que para acceder a ciertos servicios médicos y tener un mejor trato o una menor espera es necesario el «regalito» para el médico, el técnico o quien haga las citas? ¿Acaso este mecanismo corrupto no nos segmenta en estratos sociales? Particularmente resulta significativo que para tener acceso a cierto reactivo escaso para un análisis imprescindible muchas veces tienes que entrar de forma forzosa en estas dinámicas. Por su parte, el estado actual del sistema educativo daría material para reflexionar tanto que no tendríamos espacio suficiente en este texto.

Se nos hizo creer que ambos derechos eran privativos del estado cubano y que debíamos estar agradecidos por tenerlos, pues en otros lugares eran inexistentes. Basta salir de la Isla e investigar un poco para percatarse de la falsedad de esta creencia: en muchos lugares hay educación y salud públicas, paralelas a sistemas privados que no son necesariamente excluyentes y cuya calidad tiene los mismos altibajos que vemos en Cuba. Veamos apenas un ejemplo: me sorprendió mucho que en mi primera consulta en el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales a los  Trabajadores del Estado (ISSSTE), en México, no solo la atención era gratuita, sino también los medicamentos (que además, no estaban en falta).

Asimismo, se nos hacía creer que la inaccesibilidad a ciertos derechos, como la libre movilidad, la libertad de expresión o incluso a algo tan básico como la variedad y calidad alimentaria, se justificaban con salud y educación.

El discurso oficial ha sido durante mucho tiempo totalmente dicotómico, como si no se pudiera tener educación y alimentación al unísono, como si la salud pública y la libertad de expresión no pudieran coexistir. La idea de que debemos renunciar a expresarnos para poder ser «educados» es tremendamente perversa; podríamos cuestionar al respecto: ¿para qué educarnos entonces, si luego no podemos expresar lo que aprendimos o aquello que no entendemos o con lo que no estamos de acuerdo? También pudiéramos indagar: ¿para qué formar comunicadores y analistas sociales? ¿Solo para que canten loas a la Revolución y sus «gloriosos» líderes? Al respecto, me gustaría contrastar esto con palabras del discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz en la Plaza de la Ciudad de Camagüey el 4 de enero de 1959, justo al principio del proceso actual:

«Cuando un gobernante actúa honradamente, cuando un gobernante está inspirado en buenas intenciones, no tiene por qué temer a ninguna libertad (APLAUSOS).  Si un gobierno no roba, si un gobierno no asesina, si un gobierno no traiciona a su pueblo, no tiene por qué temer a la libertad de prensa, por ejemplo (APLAUSOS), porque nadie podrá llamarlo ladrón, porque nadie podrá llamarlo asesino, porque nadie podrá llamarlo traidor.  Cuando se roba, cuando se mata, cuando se asesina, entonces el gobernante tiene mucho interés en que no se le diga la verdad.  Cuando un gobierno es bueno, no tiene por qué temer a la libertad de reunión, porque los pueblos no se reúnen para combatirlo, sino para apoyarlo.  Quienes, como nosotros, tienen hoy el privilegio de ver a la masa del pueblo reunirse para brindarnos su respaldo, pueden comprender perfectamente, que solo cuando los gobernantes se han granjeado la enemistad de su pueblo, pueden concebir la estupidez, la injusticia, de negarles a los ciudadanos el derecho a reunirse (APLAUSOS).

Cuando un gobierno ha sido incapaz e inmoral, entonces es solamente cuando se le ocurre negarles a los ciudadanos el derecho de votar, porque, si es bueno, la ciudadanía le brinda su respaldo; si es malo, se lo niega».

La casi absoluta falta de transparencia del gobierno cubano desde 1959 es suficiente para poner en duda estas palabras. Lo cierto es que las creencias que sustentaban la legitimidad de la Revolución en sus inicios ahora mismo podrían ser sus peores jueces. ¿Qué se ha logrado de lo que se propuso? ¿Qué se mantiene de aquello que nos hacía creer tanto en un proceso; que incluso nos hizo renunciar a expresarnos, comer, vivir mejor por la esperanza de un futuro utópico? Me gustaría concluir con otro fragmento del citado discurso, preguntándoles qué les parecen estas afirmaciones:

«¿Cómo vamos a decir: “esta es nuestra patria”, si de la patria no tenemos nada?  “Mi patria”, pero mi patria no me da nada, mi patria no me sostiene, en mi patria me muero de hambre.  ¡Eso no es patria!  Será patria para unos cuantos, pero no será patria para el pueblo (APLAUSOS).  Patria no solo quiere decir un lugar donde uno pueda gritar, hablar y caminar sin que lo maten; patria es un lugar donde se puede vivir, patria es un lugar donde se puede trabajar y ganar el sustento honradamente y, además, ganar lo que es justo que se gane por su trabajo (APLAUSOS).  Patria es el lugar donde no se explota al ciudadano, porque si explotan al ciudadano, si le quitan lo que le pertenece, si le roban lo que tiene, no es patria».

Roberto Garcés Marrero

Profesor. Doctor en Antropología Social (UIA, 2022). Doctor en Ciencias Filosóficas (2014).

https://www.facebook.com/roberto.garcesmarrero
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