¿Qué liderazgo debe asumirse en la actualidad?

La historia de Cuba está saturada de líderes que han conducido procesos definitorios en el ámbito nacional. Las guerras independentistas durante la segunda mitad del XIX se caracterizaron, entre otros aspectos, por la presencia de jefes militares que protagonizaron importantes acciones y también notables conflictos dentro del propio ejército libertador. Posteriormente, algunos de estos caudillos ocuparon puestos relevantes en el gobierno republicano, lo que incluyó la presidencia del país.

La primera mitad del siglo XX estuvo marcada por la existencia de líderes sindicales, obreros, intelectuales y campesinos, opuestos al intervencionismo norteamericano, a las gestiones gubernamentales y a las dictaduras militares. La oposición, agrupada en diferentes partidos políticos, contaba con figuras que encabezaban tácticas y estrategias para conseguir sus objetivos. En ese contexto, donde la violencia fue una de las vías para conseguir transformaciones, surgió el nombre de Fidel Castro, quien después ejercería el poder en Cuba por más de cuatro décadas.

En el imaginario popular aún persiste la idea —rasgo de nuestra sociedad patriarcal— de que un solo hombre puede realizar las transformaciones necesarias que nos conduzcan a la prosperidad. Se espera impacientemente que surja alguien con el talento necesario para llevar a cabo las acciones que nos corresponden a todos implementar como ciudadanos.

Urge que amplios sectores de la población tomen conciencia sistemática acerca de los problemas raigales que entorpecen el progreso colectivo. No es suficiente publicar en las redes sociales el descontento por una situación específica. Hay que remontarse a la causa principal que la genera y denunciarla en distintos medios cuantas veces sea oportuno. El activismo de los movimientos sociales en América Latina ha tenido como denominador común, que se desmoviliza fácilmente por las presiones del sistema dominante. El antídoto para evitarlo es alcanzar una conciencia política y cívica verdaderamente sólida.  

Justo sería que los cubanos (mujeres y hombres) trabajemos por fomentar esa actitud de civismo, comenzando por los hogares, las familias. Me refiero a la práctica permanente de la educación formal, a la decencia como fuente imprescindible para la correcta evolución comunitaria. La mayor institución que podemos tener está en la sabiduría de los ancianos y no en espacios donde proliferan conductas degradantes, enajenadas. Seguir a un creador digital, a un youtuber o al influencer más famoso del momento no supone, en ningún caso, adoptar una actitud comprometida con el presente. Dígase todo lo que sea prudente decir y hágase todo lo que sea preciso hacer, para que los temores caigan por el peso de la justicia.

Estamos en la época de las tecnologías de la informática y las comunicaciones, en la que se producen informaciones a velocidad impredecible. Entonces el liderazgo tiene que fundamentarse justamente en crear vínculos interconectados por un diálogo abierto y respetuoso, que preste interés a las vastas matrices de opinión que pueden transformar simples criterios en significativos acontecimientos.

Ha quedado atrás, vencido por sus limitaciones, el liderazgo verticalista. Ya no se trata de convencer al pueblo, sino de corresponder a su confianza, dándole la oportunidad de acceder a una participación cívica íntegra, real. El nuevo liderazgo vendrá con proyectos que se integren a la gestión del conocimiento desde las ciencias sociales, económicas y políticas. Llegará otorgándole prioridad al humanismo como fórmula para la plena realización. Líder es usted que se dispone a defender, legítima y respetuosamente, sus derechos. Líder es el que se levanta por encima de los obstáculos y alienta al que parece vencido. Líderes somos todos los que obstinadamente creemos en un camino mejor para Cuba.

Note que en ningún momento me he referido a la asunción de cargos públicos, porque se empieza a ser líder desde mucho antes, desde que aparece la insaciable necesidad de servir al prójimo como a nosotros mismos. Cuando en el antiguo Israel se instauró la monarquía fue quebrado el orden de un sistema dirigido por líderes temporales, llamados jueces. Los reyes no permitieron nunca más que el pueblo dirigiera su destino, enfrentándose a colonizaciones, exilios forzados y diásporas. Depender de un único hombre, una vez más, nos haría vulnerables a sus designios. Es hora de tomar las riendas de lo que hacemos, con la certeza de que es posible desde ahora edificar el porvenir.  

***

Imagen principal: Chris Atkinson / Linkedin.

Dariel Enrique Martín Hernández

Teólogo, profesor de Teología práctica y de creación literaria, escritor y editor residente en Matanzas.

https://www.facebook.com/media/set/?set=a.246550782938621&type=3
Anterior
Anterior

Contra la desmemoria. Pequeña y necesaria puntualización histórica

Siguiente
Siguiente

Los narradores de la historia y el derecho de autor