Perversiones, manipulaciones y otros juegos de poder en torno a la noción de Patria
Un gobierno totalitario fundamenta parte de su poder en el control rígido de la información y la adecuación de la misma. El caso cubano no es la excepción. En gran parte gracias a esa baza, han logrado transformar conceptos importantes en simples categorías pervertidas políticamente.
A partir del 1ro. de enero de 1959, los conceptos cubano, patria, identidad, símbolos nacionales, entre otros, comenzaron a transitar hacia nuevas formas de interpretación. Lograr la fórmula «Revolución = Patria» resultó, hasta hoy, una de las bases de su mantenimiento en el poder.
Las otras Cuba
El discurso político post 59 comenzó desde bien pronto a implantar en el imaginario social la noción de que, ante un proceso tan genuino y positivo para el país, los que decidían abandonarlo no eran «verdaderos cubanos».
El calificativo evolucionó hacia epítetos cada vez más peyorativos y ofensivos. Al tiempo que se resaltaba, como contraposición, el valor de los que defendían la «Revolución»; los que se marchaban pasaron a ser «traidores», «gusanos», «escorias»… En realidad —según palabras de Reinaldo Arenas— se convertían en «No-personas», encorsetadas en simples categorías referenciales de maldad. Al ser eliminada socialmente una parte de ellos, el término «cubano» comenzó a constreñirse.
La restricción del término fue parte importante de las modificaciones axiológicas que el proceso desató, pues ¿cómo podrías ser considerado cubano si en el momento de «máximo esplendor de la historia nacional» salías huyendo? De ahí que el concepto de Patria dejó paulatinamente de ser entendido desde el amor, más allá de fronteras o posiciones políticas.
Este reduccionismo se percibe claramente al comparar dos discursos del propio Fidel Castro. En el pronunciado en Ciudad México el 10 de octubre de 1955 afirmó: «(...) La bandera —un pedazo de lienzo en colores— simboliza para el hombre su patria, simboliza todo el amor que los hijos de un país pueden sentir por ella»; cuatro décadas más tarde, en otro discurso, la patria solo se veía desde una perspectiva: «para un revolucionario es inseparable del concepto de la justicia, de la dignidad, de la libertad, de la Revolución [...]». (Discurso del 12 de diciembre de 1996).
Con el paso del tiempo y el control de la política, la educación y los medios, se logró también influir en la identidad y equipararla al espacio físico de las fronteras nacionales. Por eso no existían más cubanos que los que vivían en la Isla.
El 1ro. de mayo de 1980, en plena crisis del Mariel, tal determinación y el respaldo, en apariencia mayoritario que parecía disfrutar, evidenciaban el éxito de años de información controlada y educación doctrinal:
«¡Ese es nuestro pueblo! Este pueblo que está aquí, este pueblo de trabajadores, de soldados (aplausos); el pueblo internacionalista, el pueblo de los gloriosos combatientes de Angola y de Etiopía, el pueblo donde más de 100 000 soldados y reservistas de sus Fuerzas Armadas han cumplido ya misiones internacionalistas (aplausos); el pueblo que cuando piden maestros para Nicaragua, ofrece 29 500. ¡Ese, ese es este pueblo, no los lumpens que quieren presentar como imagen del mismo, no la escoria que se alojó en la embajada de Perú! (aplausos y exclamaciones de: "¡Que se vayan!", "¡Abajo la escoria!", "¡Que se vayan todos los que no quieren trabajar!", "¡Pim, pom, fuera, abajo la gusanera!") Eso fue lo que más ofendió al pueblo».
Gracias al éxito en la forja de un «nuevo pensamiento conceptual revolucionario», el gobierno pudo capear el tremendo éxodo que en pocos meses afrontó. Para ese momento ya había conseguido que la fórmula «Revolución = Patria» fuera una constante que actuara como tangente divisoria en el imaginario social. De acuerdo a este punto de vista, mientras más se marcharan, mejor. Cuantos más «gusanos» se fueran de la Isla, más espacio habría para los revolucionarios. Las grietas cívicas se renovaban con el exilio de los disidentes, aquellos considerados «apáticos». El discurso machista, presente desde los albores del proceso, encontró acomodo dentro de esta ecuación: «rajaos» fuera, «cubanos» dentro.
No fue hasta tiempo después, con la caída del campo socialista y la llegada tardía de Internet a Cuba, que el mundo exterior comenzó a desmitificar el fenómeno cubano y alejarlo de las pasiones ideológicas de la Guerra Fría para analizar sus consecuencias. Fue importante además en tal sentido la aparición, hacia fines de la década del noventa, de autores «cubano-americanos» (como Ada Ferrer, Mirta Ojito, Gustavo Pérez Firmat, etc…) que escribían en inglés y que, desde su posición de emigrados, contaban fenómenos como el éxodo, el desarraigo, el repudio y la sensación de culpa que acompañó a muchos compatriotas.
Esta multiplicidad de factores obligó a la modificación del edificio ideológico de la Revolución, reinventado sobre la base del liderazgo histórico y los recursos discursivos de Fidel Castro.
El relato actual ha sido en gran medida adaptado al entorno digital, aunque su esencia sigue presente. En casos específicos y cardinales ha evolucionado y es asumido —incluso, por opositores y emigrados— hacia posiciones como: «son cubanos, pero no tienen voz porque no viven en Cuba». No es un éxito, es la misma filosofía revestida: el reconocimiento de la pertenencia a la patria se otorga a cambio de apagar la voz. Si bien es cierto que un cubano que reside en el exterior no puede entender, por poco tiempo que haya partido, lo que es vivir en la Isla en el minuto actual; tampoco puede el otro entender lo que significa vivir fuera de tu país. No se trata de hablar «por ti», sino de «hablar contigo».
Todas las Cuba son Cuba, aunque pueda parecer un galimatías grausista. Lo eran desde antes del 59, cuando encendidos debates se producían de un extremo a otro del espectro político de la Colonia, y luego de la República. Solo que la «diferencia» en la fórmula matemática de los gobiernos posteriores a 1959, ha sido durante décadas un signo negativo, y como tal lo proyectamos hoy.
Las generaciones que actualmente convivimos en ese espacio multifactorial, complejo, indelimitado, identitario y contradictorio que es la «Patria desparramada o diaspórica» tenemos la obligación de reescribir la fórmula, devolverla al sentido martiano de «con todos y para el bien de todos».
Ello significa emprender la titánica tarea de borrar más de seis décadas de un riguroso control en la formación del individuo, para convertirnos todos en ciudadanos. Encontrar y construir juntos nuestra propia voz —diversa, plural, no-unánime—, es una parte importante del cambio necesario para deconstruir la narrativa axiológica del régimen y cambiar el discurso. Y el futuro.
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* Este texto ha sido escrito por Ernesto M. Cañellas Hernández y Aries M. Cañellas Cabrera.