El rayo que no cesa: mujeres de acero para hacer un país (II)

El 1ro. de noviembre de 1991, días antes de cumplir noventa y ocho años, Flora Díaz Parrado fue enterrada en Madrid. Los registros meteorológicos marcaban -1.5 grados, la temperatura más fría del mes. Triste epílogo para una mujer toda energía.

Usualmente, las ideas progresistas recorrían el Atlántico desde Europa hacia América. Varias mujeres latinoamericanas rompieron esa dinámica estableciendo el foco de atención de la prensa francesa y española en los movimientos feministas que emergían allende el mar.

En la longeva vida de las valientes cubanas de la Revolución del Treinta apareció, de alguna forma, su belleza y sensibilidad para instaurar nuevas formas de resistencia. Ellas cristalizaron a la mujer educada y desenvuelta de los salones elegantes con la férrea luchadora de primera línea.

En medio del desconcierto por la caída del gobierno de los Cien Días llegaba Flora Díaz Parrado a un Madrid republicano. Lo hacía en calidad de primera secretaria de la Legación Cubana. El breve gobierno de Grau la había nombrado cónsul general en París mediante el decreto 2310, pero no llegó a ocupar el puesto; sin embargo, el recién nombrado presidente Carlos Mendieta ratificaría en el mes de febrero su nombramiento diplomático, aunque enviándola a Madrid en otro cargo.

Eran los primeros meses de 1934 y el ascenso del fascismo acechaba en los círculos políticos europeos. La política se consideraba entonces una cuestión de hombres fuertes. Flora era apenas la segunda mujer en presentar credenciales para un cargo diplomático en España. Solo quiénes conocían con anterioridad a la «escritora y líder feminista cubana» ―títulos con que la anunció la prensa europea―, confiaban en su capacidad para continuar el legado de la primera diplomática en Madrid, una profesora chilena llamada Gabriela Mistral.

La capital española fue el comienzo de su servicio representativo a Cuba, pero entonces era imposible prever que sería también el amargo final para quien tanto reconocimiento había dado a su país. «Lo que no se nombra no existe», era la máxima de muchos decisores del gobierno revolucionario cubano cuando suprimieron, de un decretazo, la labor diplomática, cívica, representativa y reivindicativa de muchas de las mujeres que intentamos rescatar en CubaxCuba.

Entre 1962 y 1964 se produjeron grandes cambios dentro del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. Varias medidas jubilaron, o directamente expulsaron, a funcionarios con décadas de servicio al país. El nuevo gobierno exigió una pleitesía absoluta que figuras indómitas, como Flora Díaz Parrado y Silvia Shelton, no aceptaron.

Según un informe desclasificado de la CIA ―NARA Record Number: 104-10185-10266, desde antes de 1962 comenzarían las campañas para expulsarla por: «no ser comunista». Curiosamente, por esos años Alejo Carpentier asumía un cargo de representación en la embajada cubana en París bajo la sombra de Harold Gramatges, de donde recién habían expulsado a Flora.

La diplomática camagüeyana llegaría a Francia en 1938, después de un período de tres años en Madrid y uno en Santiago de Chile. En la Ciudad Luz llenó varias portadas y reportajes al convertirse, en enero de 1939, en la primera mujer al frente de una Legación en Francia, cuando ocupó el cargo de Encargada de Negocios durante pocos meses debido al regreso urgente a Cuba, por cuestiones de salud, del embajador.

En ese período se convirtió en la primera «mujer diplomática» en firmar un tratado internacional de cooperación en Francia. Además, fue miembro activo del Instituto de Cooperación Intelectual, adherido a la Liga de las Naciones, y en el plenario del 1ro. de marzo de 1940 intervino en representación de Cuba. En este cónclave solamente había dos mujeres, ella como diplomática y la portuguesa Dra. Virginia de Castro, como delegada. Aunque quizás el mayor logro de su larga carrera diplomática fue haber sido la primera mujer en integrar el Tribunal Internacional de La Haya.

De los elogios por ser pionera de la diplomacia en París, pasó a los merecidos por su actitud para acoger, orientar y distribuir a los cubanos exiliados durante la Guerra Civil Española, en la cual la Isla había sido el país que más voluntarios aportó al bando republicano. La difícil gestión le ganó el respeto de varias figuras de la alta sociedad.

En cambio, ese activismo le costaría en el futuro grandes problemas con el franquismo cuando intentó radicarse en Madrid, al ser expulsada del cuerpo diplomático cubano en París. Sin pensión jubilatoria ni gobierno que empatizase con su situación, Flora viajó entre París y Madrid hasta conseguir establecerse en España junto a su hermana Ángela, por intermedio de amistades cubanas.

Atrás quedaba una carrera de casi treinta años en el servicio consular cubano, en el que fue pionera de movimientos antifascistas, antitotalitarios y feministas. Se mantuvo en la carrera diplomática durante cuatro décadas sin afiliaciones políticas ni intereses subyacentes, sostenida por su talento para concebir la diplomacia como una herramienta útil y humanista.

Flora se había graduado en Derecho Civil en 1922 en la Universidad de La Habana. El establecimiento de su primer despacho en el Paseo del Prado ―posteriormente en la calle O’Reilly― fue noticia en la prensa de entonces: ¿acaso fue también la primera mujer en tener un despacho propio en Cuba? Como abogada y líder feminista se involucró de diversas maneras en la lucha antimachadista, lo mismo defendiendo ante la policía y los tribunales a los estudiantes, que conspirando con ellos.

Estudios foráneos han rescatado su importancia —contra su propia opinión— como dramaturga y novelista en la generación cubana de los cuarenta, la misma de Virgilio Piñera y Carlos Felipe. Su novela Mis Tinieblas (1941), es una de las más valoradas de su creación literaria; sin embargo, Flora no existe en la historia de la literatura cubana escrita posterior a 1959.

Su vida parece haber quedado atrapada en la confesión que hace a Gabriela Mistral en una misiva: «Los sufrí a todos, queriéndome humillar, por ser cubana y mujer».

Silvia Shelton, para «servir a Cuba»

Junto a sus hermanas, conformó el trío «las Shelton». Todas con formación universitaria, se convirtieron en objetivos directos de la porra femenina machadista dirigida por las infames «Mango macho» y «La centavitos». Su actividad y exposición llevó a Renée Méndez Capote a apodarla «la revolucionaria caliente». A pesar de las presiones familiares, fue de las pocas que se mantuvo en Cuba hasta febrero de 1933. Regresaría al poco de caer el dictador Machado.

A diferencia de otras compañeras de lucha, Silvia Shelton pudo graduarse en las carreras de Filosofía y Letras (1930) y Ciencias Políticas, Sociales y Económicas (1940), y a través de ellas continuó su servicio al país.

Mujeres como ella, curtidas en la persecución, el sabotaje y la discriminación machista de la época, emergieron del cruento proceso de los años treinta como figuras resolutivas y eficientes para la representación en el exterior del país, pero dentro de las renovadoras ideas del movimiento universitario impulsado por el DEU del 30. Apenas llevaba un mes en el cargo de Canciller del servicio exterior, cuando «la Shelton» lo abandonó en 1937, alegando diferencias con las clases políticas dirigentes. No obstante, al poco tiempo comenzaría un largo periplo de representación al país hasta que en 1963 ―con solo 57 años― se jubiló, desconocemos si también por los motivos de aquella primera renuncia.

Entre 1953 y 1961 formó parte de la delegación cubana ante la ONU, llegando incluso a ser su representante principal. Uno de sus sobrinos, hijo de su hermana Rita, fue miembro de la brigada 2506 y falleció en combate en Playa Girón. ¿Pudo ser esta la causa de su separación definitiva del cargo de Consejera del servicio exterior, que también ostentaba desde 1951? A poco de consumada esta decisión, se radicó en Estados Unidos, donde falleció con ochenta y cinco años, el 6 de febrero de 1990.

Su extenso currículum como funcionaria merece otra investigación. Desempeñó distintas responsabilidades en los consulados y embajadas de Cuba en Ciudad de México (1940), Filadelfia (1942), Washington (1943) y Ottawa (1945).

Particularmente durante su estancia en Filadelfia, dentro del contexto de la Segunda Guerra Mundial, sacudió a parte de la prensa conservadora estadounidense al afirmar: «si las mujeres cubanas asumen sus tareas, pronto tendrán un Ejército femenino similar a la WAAC’s (Womens Army Auxiliary Corps-Cuerpo de Ejército Auxiliar Femenino) (…) Pronto habrá una especie de servicio militar obligatorio para tiempos de guerra destinado a las mujeres (cubanas)».

El asombro ante ese comentario se explica desde el desconocimiento de su trayectoria feminista y revolucionaria. Muchas de estas mujeres fueron pioneras en sus campos profesionales dentro y fuera de Cuba. Pero lo que realmente permitió que su voz trascendiera las barreras machistas y paternalistas del momento, fue su capacidad intelectual para hilvanar un discurso común, plural y reivindicativo, sostenido a su vez por sus éxitos y la capacidad de algunas de ellas para contarlo. Si no se ha divulgado antes su historia, ha sido porque las han olvidado deliberadamente.

Zoila Mulet Proenza, la desterrada

El núcleo del Directorio Estudiantil Universitario del 30 estuvo conformado por figuras claves en la evolución política y social de la nación durante las siguientes décadas. Algunas de ellas se posicionaron luego en las antípodas políticas y dejaron de tener afinidad; no obstante, todas ostentarían con orgullo su filiación a la generación del 30.

Lápida en la tumba del presidente Carlos Prío, donde se destaca en primer lugar su filiación al Directorio Estudiantil Universitario de 1930 que su condición de jefe de Estado.

En otros artículos hemos mencionado la complejidad generacional cubana y sus matices. El caso de los miembros del DEU del 30 ejemplifica el fenómeno del «big bang» universitario con mucha claridad.

Un proceso externo de represión generó una energía cívica afincada en la reivindicación perenne de la República secuestrada. A esto añadimos la presencia de figuras centrales, como Enrique José Varona, Carlos de la Torre, etc. que ejercieron de catalizadores del pensamiento liberal nacionalista. Ello cristaliza en esta generación que, una vez derrocada la dictadura, explota más allá del campo de acción política y se expande a todas las ramas sociales.

Como en la teoría del «big bang», la expansión, y por ende distancia entre ellos, irá en algunos casos ampliándose a tal punto que pareciese imposible ahora visualizarlos como un bloque común firmando un manifiesto revolucionario.

El caso más polémico de las mujeres de la revolución del 30 es el de Zoila Mulet Proenza. Hija del coronel del Ejército Libertador Enrique Mulet, se crió en las tierras de su padre en Banes. Durante su período como presidenta de la asociación de estudiantes de Farmacia en la Universidad de La Habana estableció gran amistad con Delia Echeverría, que la acercó al núcleo de las mujeres comprometidas con el proceso antimachadista.

Uno de los profesores de Derecho de la Universidad, el Dr. Aurelio Fernández-Concheso, quedó prendado de ella mientras defendía a las presas del Directorio. En ese ciclo de juicios, conspiraciones ABCdistas y espíritu revolucionario permanente, confluyeron Zoila Mulet, el Dr. Fernández Concheso y el entonces sargento taquígrafo Fulgencio Batista y Zaldívar. El intelectual y el ambicioso militar forjaron durante los años 32 y 33 una amistad ―casi tutoría diplomática y legalista― que duraría toda la vida.

El coronel Enrique Mulet envió a su hijo Rafael a La Habana para que la revolucionaria Zoila volviese a Banes al salir de la cárcel, a finales de 1932. Su noviazgo con el ya notable abogado Fernández-Concheso tranquilizó a la familia y alejó a Zoila de la acción directa, mas no de prestar su firma a diversos manifiestos y proclamas por la liberación de prisioneros del gobierno de Mendieta. Se casaron tras la caída de Machado y partieron hacia Berlín, donde su esposo fue nombrado embajador. El matrimonio comenzaba así un extenso peregrinar en el período diplomático más complejo del siglo XX, donde Zoila pudo conocer las interioridades de los gobiernos de Hitler, Stalin, Roosevelt y Eisenhower.

Al tiempo que su marido brillaba en el campo público, ella lo hacía en el privado gracias a su dominio de varios idiomas: inglés, alemán y nociones de francés e italiano. A través del manejo de «la otra diplomacia», aquella que discurría en las recepciones oficiales donde las esposas de los altos funcionarios recababan información de forma subrepticia, se fue consolidando como asesora directa de su esposo.

La valía intelectual del matrimonio y sus aportes a la nación son inseparables, a su vez, de su vinculación directa con Fulgencio Batista. Aquella amistad de los años treinta fue consolidándose en cada momento de convulsión diplomática de los gobiernos de Batista. Durante el mandato constitucional de 1940-44, el matrimonio fue el rostro diplomático de Cuba en Washington y, en un giro de la historia, presentó también credenciales diplomáticas ante Stalin durante la Gran Guerra.

Tras el golpe de estado de 1952, a Fulgencio Batista no le quedó otra salida que pedirle a su amigo la renuncia como magistrado del Tribunal Supremo de Justicia ―cargo nombrado por Carlos Prío― para enviarlo a Washington, en la engorrosa misión de obtener el reconocimiento de su acción golpista. En apenas diez días el presidente estadounidense reconocía y renovaba, además, la tarifa azucarera del gobierno inconstitucional del 10 de marzo.

Tras la maniobra electoral de 1954 el doctor Fernández Concheso fue nombrado ministro de Educación, y en ese cargo fallecería durante un viaje a México en noviembre de 1955. Era considerada la figura cívica y legalista más íntegra del gobierno batistiano, al punto de que apenas una semana después Batista designaba a Zoila Mulet como nueva ministra de Educación. Siendo la primera mujer que obtenía una cartera con mando en la historia de Cuba. En aquel momento dicho ministerio era el de mayor presupuesto del país, y el más poderoso tras la propia presidencia y la alcaldía de La Habana.

Desde allí, Zoila impulsó proyectos como la Universidad de Holguín, el programa de escuelas rurales y normalistas, el presupuesto para el centenario de Martín Morúa Delgado, la campaña de alfabetización de 1956, algunas obras presupuestadas de la futura Plaza Cívica y presidió el Primer Fórum Nacional de energía atómica para uso pacífico, realizado en el Palacio de Bellas Artes, hoy Museo Nacional.

Entre sus antiguos compañeros de lucha de la generación del 30 ―varios de ellos figuras importantes dentro del gobierno auténtico de Prío, derrocado por el golpe de estado―, se sintió como una traición que Zoila Mulet aceptase tan alto cargo. Incluso, algunos eran todavía figuras con estatus de semi-clandestinaje, a los que ya les chirriaba la sólida amistad que ella mantenía con Marta Fernández, esposa de Batista, y que se mantuvo en el exilio hasta el fallecimiento de Zoila en 1991, a los ochenta y tres años.

El día en que Zoila Mulet decidió renunciar a su alto cargo, mientras aguardaba en su casa de Miramar la llegada del chofer, releía la carta que presentaría a Batista. El documento palpitaba en sus manos cuando recibió una llamada de los servicios de inteligencia que cancelaba su entrevista para esa tarde en el Palacio Presidencial. Era el 13 de marzo de 1957 y los jóvenes de entonces, herederos de la generación revolucionaria del treinta, asaltaban en ese momento la residencia del dictador.

Veinticuatro horas después entregó su renuncia. Llevaba apenas un año y medio en el cargo, pero quizás su olfato diplomático la empujó a tomar distancia política de un gobierno que a cada minuto degeneraba en una brutalidad represiva irreversible. Meses antes había deslizado ya su deseo de abandonar el ministerio y radicarse en Estados Unidos por cuestiones de salud.  

¿Cuánto influyó en la elección del día su conocimiento de la lucha estudiantil, su posición en el ministerio, sus conexiones con algunos conspiradores notorios, la certeza de una explosión estudiantil inminente contra el régimen de Batista? O fue una casualidad la que la impulsara a renunciar en la misma fecha en que los estudiantes ofrendaban nuevamente su sangre contra una tiranía.

Desconocemos hasta qué punto su amistad personal con el matrimonio Batista-Fernández influyó en su designación como ministra de Educación. Su hijo argumenta que aceptó el cargo para poder terminar la obra educativa que su esposo había iniciado.

En lo que hay pocas dudas es en que esta concesión ―pese a su atinada labor en el cargo―, tendría un alto costo para el currículum de Zoila Mulet, que fue relegada al anonimato y destierro por partida doble.

***

* Este texto ha sido escrito por Aries M. Cañellas Cabrera y Ernesto M. Cañellas Hernández.

Aries M. Cañellas Cabrera

Licenciado en Filosofía e Historia. Profesor e investigador.

https://www.facebook.com/media/set/?set=a.1491427979680&type=3
Anterior
Anterior

De cara al sol

Siguiente
Siguiente

Sin Prometeo. Notas sobre el diálogo de los excluidos en Cuba