No es tiempo de héroes
El pueblo cubano gusta de héroes. Llevamos la devoción al caudillo en el ADN de la Nación. Algunos responsabilizan exclusivamente de ello al modelo de socialismo burocrático, dado el culto a la personalidad de los dirigentes de un partido único; sin embargo, varios son los factores que lo explican: históricos, sociológicos y culturales.
Haber sido por varios siglos una colonia sin prácticas democráticas en la vida política. Desarrollar, en pleno auge del capitalismo mundial, un sistema de plantación esclavista que a nivel cultural entronizó métodos brutales de dirección, subordinación y jerarquía. Ser el penúltimo país del área en abolir la esclavitud, casi en los umbrales del siglo XX. Organizar más tardíamente que el Continente dos guerras de independencia que estructuraron, entre los aspirantes a republicanos, una dirección militar con relaciones clientelares y de acatamiento luego replicadas en la naciente república, devenida monopolio político del mambisado durante sus tres primeras décadas.
A mediados del pasado siglo, la lucha contra la dictadura militar de Fulgencio Batista sumó a este acumulado histórico. La misma fue desarrollada a partir de una estrategia de foquismo guerrillero que, al generar una élite revolucionaria en la dirección militar, endiosó a un grupo de comandantes auto-percibidos como generación histórica del proceso.
Aquellos polvos trajeron estos lodos…
El agradecimiento oneroso
Los milagros no existen. Quien espera por un héroe está delegando su responsabilidad. Quien aspire a ser salvado deberá pagar una pesada deuda: ser los eternos agradecidos. La exclusión es la dramática consecuencia. Pero ella siempre empieza con un primer acto: entregarse al líder, al caudillo: esta es tu casa, yo soy él. Dejar de ser sujeto de la historia para ser objeto de ella. Martí alertaba: «Pueblo hay que cierra los ojos a los mayores pecados de sus grandes hombres, y necesitado de héroes para subsistir, los viste de sol, y los levanta sobre su cabeza». (1)
En Cuba, una sociedad civil desmovilizada, sin prácticas políticas autónomas, carente de estructuras que permitan el empoderamiento de la ciudadanía, excluida de las decisiones, con una participación ritualizada; continúa esperando por milagros y por héroes. Las personas confían más en los roles de liderazgo que en los escenarios y argumentos que motivarían una actitud activa y comprometida.
Eso se explica porque esperan ser salvados por «alguien» o por «algo». Ya ese «alguien» no es un representante del partido o el gobierno. Sabemos que «esos» no van a salvar a nadie, ni a ellos mismos. Y el último período de sesiones de la Asamblea Nacional muestra a las claras que el milagro no está ahí.
No obstante, la gente espera otro héroe, que según sus posturas políticas puede ser: el presidente norteamericano de turno que decida quitar el bloqueo, el Papa, Putin y los Stolypin boys, los chinos, Lula, AMLO, o determinadas personas que se atrevan a disentir dentro de Cuba.
Parecería motivador ser elogiado y visto como héroe o heroína. Sin embargo, lejos de ser positivas, tales actitudes indican que se continúa con el ciclo que conduce a delegar en unos pocos lo que debería ser responsabilidad colectiva. Y el aparato de poder político, ideológico y coercitivo, ha tomado nota de ello y lo aprovecha a su favor. Nótese su interés en criminalizar a las personas que disienten frontalmente, sus presiones para obligarlos a salir de Cuba. Lo hacen porque saben que cada liderazgo descabezado provoca un reflujo cívico, una desmotivación, un aumento del pesimismo.
El día que logremos comprender que cada ciudadano es un héroe en potencia, empezará el verdadero cambio que necesitamos. Este radica en la voluntad individual, pero nos condicionaron a ser una «masa», movida por voluntades ajenas: los eternos «convocados», los agradecidos, no importa que ya quede muy poco por lo que agradecer.
En Cuba están dadas actualmente las condiciones objetivas para una transformación. Las subjetivas han empezado a emerger desde que se quebró, con el acceso masivo a Internet, el control absoluto de la información, las comunicaciones y la opinión pública. Aún nos falta la actitud comprometida que conduzca a una verdadera articulación cívica. Una articulación que se apoye en ideales, proyectos, propuestas; no en idealización, endiosamiento y personificaciones.
Debemos romper el ciclo perpetuo de levantar sobre nuestras cabezas a los héroes. Si queremos un futuro debemos responsabilizarnos todos ahora. El destino de una nación está en manos de sus hijas e hijos. Los liderazgos no son desdeñables, nunca lo han sido. Se requiere del ejemplo, el análisis de escenarios, la posibilidad de oponer otros discursos al discurso del poder. Todo eso es real. Pero no es suficiente.
Necesitamos ciudadanos comprometidos, no héroes.
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(1) Carta al Director de La Nación, N.Y, agosto 3 de 1885, t. 13, pp. 81-82.