Asaltar los palacios del silencio

Solo dos veces escuché a mi abuelo despotricar descontrolado contra el sistema: cuando Raúl Castro restituyó a Machado Ventura, y cuando Fidel, en su vejez sin filtros, publicó el libro La contraofensiva estratégica (2011), en el cual divulgó la carta donde ordenaba al Che marchar sobre La Habana sin las fuerzas del Directorio Revolucionario 13 de marzo (DR13).

Miguel Cañellas Pomares fue moldeado por la Revolución, reconoció la «superioridad de Fidel», alabó al M-26-7 y siempre apoyó el proceso. La maquinaria le hizo olvidar el tiempo en que dirigía al DR13 en la ciudad de Cienfuegos, cuando juró que mataría a Olayón ―jefe de la Policía Marítima de la ciudad―, o cuando, desde un banco del Prado cienfueguero, encabezaba a un grupo de estudiantes con denodada tendencia a la inmolación. 

Un hombre que rechazó puestos, casas, medallas, carros… porque «él no se había jugado la vida por eso», únicamente esas dos veces abjuró del sistema. Terminó de leer la carta, tiró violentamente el libro contra el piso y dijo: «A ver si ahora Faure tiene los pantalones que no tuvo hace cincuenta años».

La generación diluida

La generación del Directorio se diluyó entre los hilos manejados por la maquinaria política de la naciente Revolución. Primero respaldaron el discurso de justicia social acompañado del antiimperialismo y la independencia nacional; luego creyeron que hacían historia como la pequeña isla que iba a restaurar el bien en el Tercer Mundo. Para cuando los conocí, en ellos no quedaban rastros de aquellos temerarios imberbes. Hasta ese día.

Sobre la una de la tarde comenzaron a llegar a casa. Viejitos de andar inseguro, alguno sostenido del brazo de una nieta, todos débiles en apariencia. Abuelo se encerró con ellos en el cuarto. Al rato se asomó y me mandó a entrar, diciendo: «Ven, que esto te interesa».

Nunca trasponer la puerta de un dormitorio había servido como máquina del tiempo. Hasta aquel momento. Aquellos señores se habían transformado. Tenían rostros duros y nada apacibles. Me senté, como un extraño, en mi propia cama. Mi abuelo les dijo: «Este, como ustedes saben, es mi nieto, investiga sobre el DR13, creo que debería estar presente».

Tuve la suerte entonces de presenciar el momento en que la famosa frase: «una vez del Directorio, siempre del Directorio», se hacía realidad. Ellos también habían leído la carta de Fidel Castro y, al sentirse injuriados, recordaron su estructura de grupo. Ante la inminencia de un descrédito manifiesto, y con la certeza de haber sido manipulados durante décadas, regresaron en el tiempo y fueron a buscar las orientaciones de su antiguo jefe.

Ese día entendí, con años de retraso, lo que mi fallecido mentor Alejandro Barreiro me decía constantemente: «un historiador siempre debe dudar y cuestionarse la verdad».

Las voces del poder

La disolución política del DR13 fue montada en el discurso de homogeneidad y unidad revolucionaria que comenzó a instaurarse desde el propio enero de 1959. En este proceso, las alocuciones hechas por Fidel Castro en las fechas del 13 de marzo resultan claves. Al ser sometidas a análisis, revelan un patrón oratorio basado en cuatro grandes nodos: la emoción, la promesa de un futuro mejor, la división y la demonización; los cuales suelen, mayoritariamente, develar un orden jerárquico de aparición.

Durante diez años, en todos los aniversarios del asalto a Palacio, Fidel Castro hacía acto de presencia para, en teoría, rendir homenaje a los mártires del Directorio. En la práctica se demuestra que su objetivo era distinto; toda vez que la fecha brindaba un escenario ideal para lograr el apoyo de la base social estudiantil. Sin embargo, a partir de 1969 ―cuando gracias a la combinación de medidas populares, adoctrinamiento ideológico, purgas políticas y represión, tuvo un control más sólido del país―, no volvió a sentir la necesidad de «homenajear a los mártires del Directorio». Hasta 1991, en que se produjo el derrumbe del sistema socialista europeo y era lógico prever una profunda crisis en la Isla. No parece algo casual.

En 1959 había aprovechado los dos discursos que pronunció ese día para justificar «la justicia revolucionaria» y promover el apoyo a las reformas. Ambas intervenciones comenzaron exaltando el valor de los hombres del DR13 y ponderando la acción, para pasar inmediatamente a resaltar la falta de apoyo que vivieron, y la traición o el abandono que sufrieron por «la burguesía y los políticos».

La siguiente cita refleja muy bien el empleo de los cuatro nodos mencionados:

«Nosotros seremos muy respetuosos de las leyes, pero de las leyes revolucionarias.  Seremos muy respetuosos del derecho, pero del derecho revolucionario, no del derecho viejo, sino del derecho nuevo que vamos a hacer. Para el derecho viejo, nada, ningún respeto; para el derecho nuevo, todo el respeto (...) ¿Defendieron mucho la Constitución esos intereses que ahora empiezan así, como a hablar de Constitución?  ¡No! Si hubieran sido defensores de la Constitución no venían a darle a Batista un abrazo después del 13 de marzo…».

Usando este tipo de recurso lograba sembrar en su auditorio la noción «Nosotros vs. Ellos». Al dividir el argumento en «los revolucionarios leales y los enemigos de la Revolución», promovía la lealtad incondicional al incipiente poder y justificaba la represión a la disidencia y el apoyo a saltarse la Constitución del 40. Imbuidos en el hilo hipnótico de un discurso repetitivo, marcado por la exaltación de la emoción y el sacrificio de los mártires del DR13, Fidel Castro logró sedimentar una idea que sería crucial: si no están con nosotros, están con los que asesinaron a su gente.

Fidel Castro logró sedimentar una idea que sería crucial: si no están con nosotros, están con los que asesinaron a su gente. (Imagen: Discurso del 13 de marzo de 1959)

Este patrón de manipulación se mantendrá durante diez años en casi todos sus discursos relativos a la conmemoración. El recuerdo luctuoso del 13 de marzo sería el vehículo para que, en el corazón de la Colina universitaria ―madre y protectora de todos los Directorios―, Fidel Castro fuera diluyendo, cada vez más, la individualidad en «su colectividad».

El núcleo del discurso de 1960 fue la preparación del terreno para las futuras nacionalizaciones y la crisis económica que ello provocaría. Su argumento central era la aceptación de los EE.UU. como el enemigo común, y de los opositores como responsables internos de los problemas del país y de la Revolución.

Buscaba entonces fomentar la cohesión interna alrededor del empleo constante del «NOSOTROS» como vía para vincular afectivamente al auditorio con su objetivo. La exaltación del sacrificio de los mártires fue una pasarela para lograr el respaldo al sacrificio que vendría… y se eternizaría:

«(…) tenemos la seguridad de que nuestro pueblo sí es capaz de resistir la agresión económica (APLAUSOS).  ¿Qué puede pasar?, ¿que tengamos que llevar una vida más sacrificada?, ¿que tengamos que gastar menos?, gastamos menos. (...) Pero el pueblo, en realidad si de algo es veterano es de pasar trabajo (APLAUSOS y RISAS). (...) Yo sé que hoy, por ejemplo, hay miles y cientos de miles de personas, que sienten el deseo de hacer cualquier sacrificio si su patria lo necesita, dispuestos a pasar las mismas cosas que nosotros pasamos».

Para 1961, los «enemigos de la Revolución» eran ya los «enemigos del pueblo», porque no existía más pueblo que el que apoyaba la causa. El resto, era el enemigo. Los que traicionaron a José Antonio Echeverría. La oposición era el enemigo. Los que dejaron solos a los asaltantes a Palacio. Los gusanos eran el enemigo. «Enemigo», «enemigo», «enemigo»… palabra citada en veintiuna ocasiones en ese discurso. «Contrarrevolución» fue mencionada también la misma cantidad de veces. ¿Casualidad? Solo serían superadas, por estrecho margen, por los términos «Revolución» y «Pueblo».

«La Revolución debe ser dura con sus enemigos; la Revolución debe ser enérgica con sus enemigos. Repito aquí y recuerdo de nuevo lo que dijimos el 2 de enero, que la Revolución es una lucha a muerte entre intereses del pueblo, e intereses del antipueblo; entre los revolucionarios y los contrarrevolucionarios. Y que, si la Revolución no aniquila a la contrarrevolución, la contrarrevolución aniquila a la Revolución.

Y la contrarrevolución no tendría aquí fuerza, la contrarrevolución sería sumamente débil; la única fuerza con que cuenta la contrarrevolución es la gran fuerza del imperio, la gran fuerza del extranjero poderoso; esa es la fuerza».

El año 1962 fue importante por varias razones: la economía se encuentra en franca e indetenible crisis, lo que lleva a instaurar la libreta de abastecimiento; se produce la primera sacudida pública del poder con el proceso contra Aníbal Escalante y el llamado «sectarismo»; Cuba iniciaba sus escarceos africanos a través de Argelia, a la cual estaban armando desde fines del 61 con las armas ocupadas a la brigada 2506, y a dónde muy pronto llegarán tropas cubanas bajo el manto de «técnicos», «instructores» y «médicos»; además, es el año en que se producirá la «Crisis de los Misiles».

El discurso del 13 de marzo del 62 estuvo marcado por esta idea central: la importancia de la lucha contra el imperialismo en cualquier lugar. Como tesis complementarias actuaron: la superioridad del socialismo y la no existencia de contradicciones entre la religión y el marxismo, siempre y cuando el religioso fuese parte del pueblo y no del antipueblo. La lectura en el acto del testamento político de José Antonio, donde es clara su fe religiosa, intentaba reforzar, a nivel subconsciente, la idea de que abrazar la causa del marxismo hubiera sido el destino natural ―vaya falacia―, de los mártires del DR13.

«Yo creo que nosotros estamos ya creciditos y un poquito maduros, y podemos afrontar estos problemas, para ir de verdad creando un espíritu revolucionario, pero no un espíritu de palabras ni de imposición. ¿Qué es eso?  ¿Desde cuándo?  ¿A quién se le ha impuesto aquí el marxismo?  El pueblo se ha vuelto marxista por convicción propia, porque la propia Revolución se lo ha enseñado; nadie se lo ha impuesto, señores».

Al siguiente año, 1963, dedicó una parte mayor a la emoción y exaltación de la fecha. Dicho discurso fue encauzado, casi por completo, a atacar a la religión, a las sectas religiosas y a la contrarrevolución. Preparando al auditorio, convocó a rememorar que en la alocución del 62 él había explicado que ser religioso no era malo, y les recordó la lectura que hiciera del testamento de José Antonio. Para, inmediatamente, hacer una pausa y decir: «Hoy voy a hablar de otros que, invocando a Dios, quieren hacer contrarrevolución (APLAUSOS)». (Note el lector los aplausos).

Hubo un momento importante en esa intervención que puede pasar inadvertido, y es cuando, después de relacionar la delincuencia con la religión y la contrarrevolución, advierte:

«Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones (APLAUSOS). La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones. ¿Jovencitos aspirantes a eso? ¡No!  “Arbol que creció torcido...”, ya el remedio no es tan fácil. No voy a decir que vayamos a aplicar medidas drásticas contra esos árboles torcidos, pero jovencitos aspirantes, ¡no! Hay unas cuantas teorías, yo no soy científico, no soy un técnico en esa materia (RISAS), pero sí observé siempre una cosa: que el campo no daba ese subproducto. Siempre observé eso, y siempre lo tengo muy presente».

¿Estaba anunciando las UMAP?

Habana, primavera del 64

En marzo de 1964 mi abuelo medía las tierras de la Revolución. Caminaba por montes censando y anotando. Probablemente no tuvo ni idea de que en esos momentos el delator de los mártires de Humboldt 7 era juzgado por primera vez. El «Caso Marquitos» no es el objeto de esta crónica ―aún no― mas, el hecho en sí resultó clave en el proceso de disolución final de las organizaciones adyacentes al régimen.

No fue un juicio aislado, sino el eslabón de una cadena que arranca en los aún nebulosos sucesos de Humboldt 7; pasa por Columbia en enero de 1959 ―cuando Martha Jiménez se entrevista con Camilo Cienfuegos―; continúa en Checoslovaquia; intercala en todo momento a miembros importantes del PSP y está relacionado, aunque no lo parezca, con el proceso del sectarismo; continúa con las detenciones de Joaquín Ordoqui y Edith García Buchaca y va a finalizar, probablemente en el año 1968, con los hechos de la «microfacción».

El viernes 13 de marzo de 1964, los cientos de universitarios concentrados en el acto homenaje a los mártires del asalto al Palacio Presidencial tampoco tenían idea de que al día siguiente comenzaría una de las mayores puestas en escena de la Revolución: el «Caso Marquitos».

Curiosamente, ese fue el primer discurso donde no se empleó como recurso la memoria histórica de los mártires. Ni una vez se mencionarán las palabras «Palacio», «José Antonio» o «Directorio». El día antes del estreno de la puesta, Fidel Castro dedicó el discurso-homenaje a alabar la obra de la Revolución y exaltar sus logros, méritos y grandeza.

Era el anuncio de la «victoria irreversible».

Silencios rotos

Casi cinco décadas después, viejos, enfermos, empobrecidos… los hombres del DR13 de la ciudad de Cienfuegos, ante la certeza del más terrible de los desengaños, ante la injuria, la manipulación, la injusticia; estuvieron dispuestos a reaccionar, a contestar… Porque nunca es tarde para hacer justicia; porque el problema no es que hayas creído, marchado o apoyado; el problema es callar cuando constatas la incoherencia, la falsedad. Y eso era justo lo que ya no querían hacer. Se personaron entonces en la sede del Comité Provincial de Partido y prácticamente obligaron al primer secretario a recibirlos.

Los volví a entrevistar después de aquello y aún no eran conscientes de hasta qué punto fueron manipulados, usados, y homogeneizados. Aunque algo era seguro: todos habían cambiado.

La carta que desató la indignación entre los sobrevivientes del DR13 ―donde Fidel Castro los tachaba de «grupito», «soberbios», «presumidos» y «fuente de problemas», y sugería al Che dejarlos en Las Villas y nunca marchar con ellos hacia La Habana―, publicada después de cincuenta años por su propio autor; fue una prueba insoslayable de que la homogeneidad y unidad revolucionaria preconizadas desde enero del 59, no habían sido más que falacias manipuladoras.

Asaltar décadas de silencio en una sociedad sometida a un proceso de perversión total, empieza siempre por no callar. Visto así, casi todos hemos cambiado.

***

Faure Chomón Mediavilla fue uno de los fundadores del Directorio Revolucionario. De los miembros de esa organización, sería el que ocupó los más altos cargos tras 1959. Aun así, la publicación de la referida carta de Fidel Castro al Che, y la consiguiente indignación de antiguos miembros del Directorio, hizo que Faure escribiera a Fidel pidiéndole que dicha misiva no fuera divulgada en la prensa para evitar más desavenencias. Jamás se le respondió. En un artículo publicado en su blog Café Fuerte, el periodista Wilfredo Cancio Isla explica: «La presión sobre el tema obligó a Chomón a enviar una segunda carta, dirigida esta vez a Raúl Castro» (que era ya oficialmente la primera figura de gobierno desde el 2008). Según Cancio: «Para aliviar las tensiones, la solución salomónica fue otorgar 13 automóviles LADA a reconocidas figuras del DR, con la anuencia de la oficina de Raúl Castro. También fueron entregadas como regalo 13 cámaras digitales de video».

Aries M. Cañellas Cabrera

Licenciado en Filosofía e Historia. Profesor e investigador.

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