Pioneros por el comunismo, ¿seremos fundamentalistas?

La paranoia inducida

Hace un tiempo descubrí que me sobresaltaba cuando sentía el sonido de un helicóptero. Indagando profundamente recordé que en mi infancia, en mi pequeño pueblo natal de tierra roja, cada vez que pasaba uno siempre alguien decía: «llegaron los americanos», con una voz donde el chiste apenas encubría el hielo del miedo. Eso hace que aún hoy me causen un desasosiego apenas perceptible. El cuerpo recuerda, pavlovianamente, a pesar de los muchos años y kilómetros.

La mayoría de los cubanos hemos nacido y vivido en un clima paranoico. Se nos educó en el miedo ante un enemigo externo, poderoso, que nos amenazaba con el exterminio. Se nos entrenó compulsivamente para una posible guerra apocalíptica. Se nos aleccionó sobre supervivencia y opciones cero. Dedicamos miles de horas a marchar bajo nuestro tórrido sol, a cantar letras combativas, a gritar consignas en contra de ese enemigo y de todos sus secuaces.

En pleno Período Especial nuestras poblaciones se agujerearon con cientos de refugios, muchos nunca terminados, ante la posible e inminente (ahora sí) invasión militar y los catastróficos ataques aéreos. Todavía en mi etapa de preuniversitario sonaban la alarma aérea a las tres de la mañana y tenías que salir corriendo medio desnudo a esconderte bajo la escuela, sin despertar bien aún… El cuerpo no lo olvida… La mente tampoco.

A su vez esto se refuerza con la desconfianza que se nos ha sembrado en nosotros mismos y en los demás: los otros pueden ser cómplices del enemigo o vigilantes, miembros de la Seguridad del Estado o sus informantes. Potencialmente, todos pueden ser enemigos, así que, de manera individual, estás inerme ante poderosas fuerzas externas que siembran el caos y las internas que tratan de conservar lo existente a toda costa, aislándolas, por ende, de cualquier posibilidad de crítica, a riesgo de ser considerado partidario del Enemigo. No nos unimos por solidaridad, ni siquiera por patriotismo: nos une el miedo.

Esta desconfianza, descrita por Aristóteles en el libro V de su Política como uno de los métodos de conservación de las tiranías, es el cierre dorado de la paranoia inducida en la que hemos sido educados. Obvio, esto tuvo mucho de distracción, pero aquí no me refiero al motivo, sino al efecto: creó en nosotros una suerte de mecanismo paranoide que nos impulsa a buscar enemigos, a estar a la defensiva, a acatar órdenes y ponernos en modo supervivencia. De manera inconsciente estamos listos para identificar a un enemigo externo e ipso facto agruparnos en su contra: no importa lo que este sea, ni lo que haga, basta que alguien logre detonar este «dispositivo» mental.

El culto a la personalidad

Por su parte, hábilmente, se idealizó una imagen que enfrentaría a ese enemigo. No seríamos nosotros: sería el Líder. Así, en todas las escuelas y centros laborales una inevitable fotografía o pintura de Fidel Castro nos miraba, a la vieja usanza del Gran Hermano orwelliano. Desde la infancia se nos educó para decir su nombre sin apellidos, en un acto de forzada familiaridad, a pesar de que su vida privada fue cuidadosamente rodeada por un halo de misterio que reforzó así su carácter mítico. Es muy significativo que en nuestros libros de lectura de primer grado su nombre esté para que aprendamos a utilizar la letra f.

Basta mirar la televisión cubana para comprobar la recurrencia de la imagen del Líder en diferentes productos audiovisuales, rodeada de todo un halo de omnisciencia: se le consideró autoridad tanto en las ciencias médicas como en la informática o en la biotecnología. Parece que ningún proceso histórico de los últimos sesenta años ocurrió sin su guía y se le representa como la contraposición mesiánica del anticristo imperialista. Esta imagen incluso ha seducido a gran parte de la izquierda mundial, que la asume sin críticas.

Sin embargo, fue el pueblo cubano el que alfabetizó a los que aún no sabían leer; fue el pueblo cubano el que murió en Girón; fue el pueblo cubano el que estuvo en peligro en la Crisis de los  Misiles (cuya solución, como el decimonónico Tratado de París, fue negociada entre las potencias participantes, para las cuales Cuba solo era un lugar estratégico). Pero también fue el pueblo cubano el que se delató entre sí. Fue el pueblo cubano el que participó en las guerras africanas de liberación, siguiendo ciegamente un criterio injerencista en procesos políticos y militares que no nos implicaban de manera directa. Pero el Líder, luego de su apoteosis, es el que recibe todos los sahumerios, así como todos los insultos. Es la proyección de nosotros mismos, de nuestras fuerzas y nuestros miedos.

Este culto a la la personalidad es la contraparte perfecta para la paranoia inducida: estás en riesgo, el Enemigo puede aplastarte, pero no eres nada, no puedes nada. Solo eres y vales si encarnas la orden del Líder. Él es la fuerza, la guía, la salvación. Ya él lo hizo todo por ti, solo te queda agradecer y acatar.

Conservadurismo

No obstante, aquí no se trata solo del proceso de mesianización del líder (similar al ocurrido con Stalin, Tito, Nicolae Ceausescu, Mao, Kim Il Sung y un largo etcétera) o de la creación de un enemigo externo. Este escrito apunta en otra dirección: ¿qué pasaría si, en una hipotética Cuba futura, alguien creara otro enemigo, manejara nuestros miedos y activara nuestra paranoia pre-instalada? Estamos listos para que ocurra, incluso, en otro momento de nuestra historia: hemos sido educados para eso durante décadas. ¿Ese alguien no podría erigirse como un nuevo Líder?

Esto no es un suceso lejano o imposible. Actualmente, en Cuba, las únicas fuerzas conservadoras y autoritarias no son las del gobierno y su anticuada burocracia. Hay nuevas fuerzas que van emergiendo como poderosos actores sociales y cuya agenda no prefigura respeto a los derechos ni aspiración a la democracia. Pensemos por ejemplo en el fundamentalismo que ha estado ganando más poder cada vez. En la situación de desesperanza actual, la fe se convierte en una manera de sobrellevar el penoso día a día. Hago un paréntesis para decir que no escribo contra la fe, ni contra la libertad religiosa: yo mismo fui educado como protestante.

Ahora bien, teológicamente, parte de este fundamentalismo se ha alejado de los principios de la Reforma y ha olvidado el sacerdocio universal luterano. Ya cada creyente no es libre y responsable ante Dios, sino que el pastor se erige como un nuevo y único sacerdote, intermediario entre la humanidad y lo divino. El gobierno congregacional de muchas de estas iglesias se vuelve autoritario y el líder se erige como la voz de la congregación.

La lectura sesgada y ahistórica de la Biblia se convierte en un dogma y se apela constantemente a la emocionalidad del creyente y a su miedo ante un nuevo enemigo: el Diablo y su corte demoníaca. Hay iglesias del denominado protestantismo histórico que han eliminado sus sistemas de votaciones cuatrienales, entronizando líderes de manera vitalicia. Tal como en la teoría de los fractales: lo micro expresa lo macro y viceversa.

Lo más interesante es que, en particular desde las polémicas en torno al Código de Familia, estas iglesias han mostrado un súbito interés en aquello que consideran mundano, revelándose como actores políticos poderosos y preparados. Por supuesto, el arremetimiento contra derechos sexuales ajenos, es solo un primer paso. De la misma manera que dejaron detrás la idea del sacerdocio universal, parece que han abandonado también el principio protestante clásico de la separación entre la iglesia y el Estado, tratando de invalidar leyes con argumentos bíblicos.

Lo curioso de todo esto es que, aunque se sabe que reciben financiamiento externo y reúnen miles de personas, la actitud del gobierno es de un laissez faire inquietante. ¿Será porque aún no van por el poder político directo? ¿O no se dan cuenta que este poder se va ganando a partir de la creación de masa crítica y de difusión de ciertas ideas? Ya han ocurrido procesos similares en América Latina, donde estas iglesias van siendo determinantes en la vida política de varias naciones.

Imaginemos en un país donde estamos educados en la paranoia y el culto a la personalidad que este mecanismo se coluda con el miedo al Diablo, la aceptación sin reparos de un nuevo líder que es la voz de las Escrituras y una agenda antiderechos. Creo que mi preocupación se justifica.

Roberto Garcés Marrero

Profesor. Doctor en Antropología Social (UIA, 2022). Doctor en Ciencias Filosóficas (2014).

https://www.facebook.com/roberto.garcesmarrero
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