La dolarización parcial y el verdadero «juego» de la continuidad
Los continuistas juegan con piezas blancas. Son ellos quienes determinan casi siempre qué se debate; no solo porque son los protagonistas de las acciones y medidas sobre las que se genera el intercambio público de opiniones, sino porque, además, lanzan el ángulo desde el cual quieren que miremos. No pocas veces logran su objetivo, haciendo a varios caer en la trampa.
Creando distracciones, la élite que gobierna evita que activistas e intelectuales concentren su lucha en lo que podría debilitar al sistema de cara a sanciones de Estados Unidos, la Unión Europea u otras instancias internacionales; o bien a través de una comprensión profunda de los mecanismos de reproducción económica del sistema cubano, sin los cuales es difícil saber dónde atacar.
El caso más reciente en que los aparatos de propaganda del estado condicionan sobre qué polemizar, fue el anuncio de la «dolarización parcial» por parte de las autoridades. La medida —en realidad una actualización de la estrategia de corrupción de GAESA con las remesas— consiste, oficialmente, en extender la red de tiendas en tarjetas extranjeras, además de las Clásicas y AIS (estas últimas, tarjetas del conglomerado militar).
No obstante, la «dolarización parcial» en Cuba comenzó con la entrada del dólar en 1994. Desde entonces, el costo de la vida ha sido mayoritariamente en monedas diferentes al peso cubano (que es la moneda reconocida en la Constitución cubana). Le siguió la era actual, la de los espejos monetarios como instrumento de la dolarización, iniciada en 2004 con la consolidación del CUC. Por tanto, lo primero a resaltar es que la Mesa Redonda y otros espacios mediáticos nos ponen a debatir sobre la dolarización parcial tras más de veinte años de aplicada y cuatro transcurridos desde su última actualización a gran escala (la instauración de la MLC). En pocas palabras: a la continuidad se le antoja ahora que debatamos sobre la dolarización como si estuviese empezando. Y efectivamente, lo logra.
También vale la pena señalar que, para acceder a bienes de primera necesidad, los residentes en Cuba debieron convertir sus ingresos en CUP a las monedas o medios que han marcado las tres etapas de esta dolarización parcial: CUC, MLC o Clásica; o, en su defecto, recibir remesas en estas «variantes». De ahí que se pueda afirmar que no existen cambios sustanciales en la lógica de acceso de los ciudadanos a la moneda con la que cubren sus necesidades. En consecuencia, el hecho en sí mismo de la sustitución de la MLC por la Clásica, tiene un efecto casi nulo sobre el ya escaso poder adquisitivo de los ingresos de los cubanos y, por extensión, sobre su capacidad de consumo.
Habría que aclarar que esta etapa de la dolarización de los costos de la vida, protagonizada por la Clásica (y la discreta AIS), solo afecta al consumidor de manera similar a como lo hizo la entrada de la MLC sobre los ahorros en CUC. Con las nuevas tiendas, la MLC pierde utilidad porque se reduce la gama de productos que se pueden comprar con ese «espejo monetario». No obstante, a diferencia de lo que ocurría con el desaparecido CUC, son pocos los cubanos que hoy tienen cuentas en MLC con grandes saldos. Más bien, los depósitos en MLC se han usado hasta ahora para compras de subsistencia. Por ende, el impacto del relanzamiento de la Clásica sobre los ahorros privados es menor que el que tuvo la MLC en su momento.
Pero como el golpe de la dolarización sobre el consumo es el lado más sensible y previsible del tema, la Mesa Redonda y su familia de medios nos conducen a debatir, indirectamente, sobre algo viejo como si fuera nuevo. Lo expresado aquí no significa que no sea legítimo, válido y necesario —una vez más— quejarse de la dolarización; sin embargo, seguirá siendo solo eso: una queja. Y el problema de la trampa del debate que crea el continuismo es que aleja los análisis, los enfoques y la difusión, de trasfondos que podrían merecer más atención, con denuncias y reclamos más enérgicos y encauzados.
Así, el primer elemento radica en que lo importante de los ingresos es que sean suficientes para cubrir necesidades, más allá de la moneda en que se expresen. Por tanto, en un escenario de compraventa de divisas —es decir, en que un cubano pueda acceder a ellas siempre que disponga de la moneda local necesaria para pagar la tasa de cambio—, la cuestión es: ¿cuánta moneda local tiene ese individuo?
En pocas palabras, el problema no es que se vendan productos en dólares, sino que los salarios en CUP sean lo bastante altos como para que, al comprar divisas con ellos, estas se conviertan en un monto que satisfaga necesidades.
Eso traslada el foco a un tema esencial y no abordado con profundidad: con independencia de la moneda de venta, el salario y su equivalente en cualquier divisa deberían permitir una vida digna. Y este no es el caso del salario cubano, sea en CUP, dólares o libras esterlinas.
Un segundo elemento que incide en el poder adquisitivo de los salarios, al margen de la moneda, es la escasa oferta de bienes de consumo. Con una caída dramática de la producción agrícola en el último quinquenio; el descenso de 900 millones en las exportaciones previstas para 2024; más de 4 mil millones de deuda con el Club de París; contracción del turismo y de las remesas; además de la priorización de la inversión hotelera, se configura la tormenta perfecta: Cuba carece de oferta suficiente para el mercado interno y la exportación (con la que se financian importaciones).
Como resultado, GAESA «coloca» en divisas lo poco producido e importado para presionar de ese modo ―cual verdadero chantaje―, al envío de remesas. Dicho sin rodeos: la destrucción económica del país, ocasionada por el modelo imperante, es la que determina la dolarización. Los continuistas quieren que no nos centremos en las causas y solo debatamos sobre sus consecuencias.
Por último, en las determinaciones relativas a este asunto resaltan claramente las intenciones de GAESA. Ellas se aprecian al observar qué es lo «novedoso» de esta etapa de la dolarización, es decir, qué cambió. Lo diferente, en materia económica, es que GAESA sustituye el depósito de las remesas en bancos cubanos, por transferencias para almacenarlas directamente (con AIS y Clásica) en bancos desconocidos públicamente, pero que puede presumirse sean extranjeros, o en el suyo propio (Banco Financiero Internacional, BFI).
En resumen: GAESA ya no necesita la banca estatal para custodiar la divisa (de ahí que no se pueda traspasar saldo desde Clásica y AIS a las tarjetas en MLC); por ende, la mega-corporación se independiza, aún más, del aparato estatal y gubernamental.
Vistos los elementos señalados, no cabe otra interpretación: el aparato de propaganda nos ha mantenido entretenidos con la dolarización y su impacto, como si no fuera un fenómeno de dos décadas de vida, como si hubiera existido algún cambio real en el acceso precario a bienes de consumo, y como si GAESA no estuviese consolidando sus métodos de corrupción de remesas más allá del control del Estado. Puede que sea esto último lo que el aparato de propaganda no desea que se debata. La continuidad juega con piezas blancas.
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.